“A rezar con fe, ahora y por los virus de los virus”
Nos causaba lástima leer la historia del Egipto atacado por las siete plagas, una de ellas la langosta que todo lo devoró. Pesar surgía en nosotros al saber de la peste que, por allá en la lejana edad media, se llevó por delante por lo menos la tercera parte de la población de Europa. Rabia sentíamos al saber que los conquistadores trajeron a América enfermedades desconocidas que asestaron mortal golpe a nuestros ilustres antepasados indígenas. Pero eran épocas en que no había mucho con qué defenderse de ciertos males. Entonces, ¿qué diremos hoy? Un virus nos ha enloquecido y nos ha angustiado. Y, aunque los medios para defendernos de estos males son hoy mucho más potentes y eficaces, la verdad es que seguimos siendo, los seres humanos, tan frágiles como lo fueron Adán y Eva y todos nuestros demás ancestros.
Hay épocas de las sociedades y de las personas en que se suele olvidar que somos hechos de barro, como bien lo anota el autor del libro del Génesis. Somos polvo. O ceniza. Es preciso no perder la memoria. No para vivir en espíritu de tristeza y decepción o desconfianza. Simplemente para conocer cuál es la real dimensión de nuestro ser y de nuestras posibilidades. Y, también, dónde están nuestros límites, nuestra finitud. Y quizás este ser de barro, esta fragilidad que nos acompaña como la sombra misma, no es ni siquiera la física, sino la anímica, la espiritual, la del alma. Una amenaza real o ficticia, una historia desconocida, un amor que se va, unos bienes que desaparecen o simplemente disminuyen, un error impensable, una decepción, todo esto y lo que se le parezca tiene el inmenso poder de poner a la luz del día cuán frágiles somos y que, verdaderamente, nuestra materia es el barro.
Pero del barro, de la arcilla, se pueden hacer cosas bellas y sólidas, hasta donde dan estos materiales. Así es la vida humana. Una creación de arcilla que puede ser tan grande y sólida como las construcciones más monumentales que han elevado todas las civilizaciones. Y a eso es a lo que hay que apuntarle en la vida: a conocer qué posibilidades ofrece la arcilla, la condición humana, para llevarla a su máximo esplendor.
Al mismo tiempo, urge notar con sumo cuidado los límites de ese material para no exponerlo a fuerzas contrarias en demasía. La crisis por el bendito virus que anda suelto nos está recordando que, a pesar de todos los logros, avances, descubrimientos, viajes interplanetarios, los seres humanos seguimos siendo frágiles, flor de un día, pensamientos vaporosos y efímeros. Polvo invisible en medio del universo. Pero todo sostenido en la mano misericordiosa de Dios. Tan frágiles somos que bien nos cabe rezar con fe, ahora y por los virus de los virus. Amén