Es sabido el desastre que estamos viviendo: corrupción, cinismo político, justicia sainete, una abismal brecha entre ricos y pobres, inseguridad, fuga de los cerebros más brillantes, improvisación oportunista de alcaldes, docentes con salarios tercermundistas, medios de comunicación privilegiando lo ordinario, cárceles escuelas de delincuentes, el robo de años de vida en las ciudades por el aire infestado de diesel. Claro que las mayorías, Colombia, son las víctimas no los victimarios.
En 1988 llegué como rector de un Colegio en Turbaco Bolívar (en las afueras de Cartagena) con algunas ideas novedosas: los alumnos no podían salir a vacaciones si no habían logrado la meta máxima. Cada alumno era evaluado y asesorado, hasta que lograra la excelencia en cada materia (según las capacidades individuales) desde los más brillantes, los disléxicos, hasta niños con síndrome de Down. Los profesores se convertían en tutores durante el tiempo que fuere necesario.
Los alumnos aprendían investigando, siendo creativos, soñando, desde el primero de primaria, (hacían hidroponía y criaderos de algunos animales, como babillas y culebras). No tenían tareas para la casa, pero si leían los clásicos universales.
Semestralmente se hacía una evaluación, externa, estandarizada, de todos los alumnos para tener elementos de juicio sobre los logros de los docentes en sus materias y de los adelantos y dificultades de los alumnos.
Todos los alumnos hacían deporte, una hora y más diarias, con entrenadores especializados. Así se formaban las virtudes humanas: solidaridad, autodisciplina, responsabilidad, generosidad, compañerismo, sacrificio y el manejo del dolor y la frustración: ganar con humildad y perder con grandeza... Pero, sobre todo, los alumnos llegaban bien cansados a sus casas, cuando ya hubiera un adulto de la familia en la casa que los recibiera.
Formar y apoyar a los padres de familia era la primera prioridad, después los docentes, así los alumnos serían los ganadores.
El arte era prioridad del programa académico: La formación religiosa y ética era vivencial, hasta hicieron zarzuelas “costeñas” para navidad. Los viernes los alumnos recibían una hoja informativa, El Gimnasiano, con un escrito formativo corto del rector y novedades del colegio.
En fin cada alumno recibía una educación personal, personalizada y personalizante. Y la vida en el colegio era una aventura apasionante para ellos. La Universidad de los Andes los recibía en segundo semestre de ingeniera sin examen de admisión. En agosto de 1990, el Ministerio de Educación envió una visita en respuesta a unas quejas y la conclusión fue la siguiente:
–Doctor Jorge Leyva […] queremos que sepa, […] que el Ministerio se siente complacido de la labor que está desarrollando, la cual coloca al Gimnasio Cartagena a la vanguardia de las innovaciones cualitativas de la educación colombiana.
–Ahora lo importante es seguir adelante, con el mismo espíritu, en la esperanza de que muchos colegios los imiten y que su experiencia se multiplique en todo el país. […] Graciela de Espinosa, Rosa de García, Inspectoras Nacionales de Educación
Así terminó mi paso por el Gimnasio Cartagena, en 1993, lamentablemente el modelo pedagógico no fue entendido y regresaron a las notas (calificaciones numéricas) como fin de la educación…