BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD
Las cortes…sanas
Thais se inmortalizó gracias a la resuelta y decidida obsesión que despertó en Pafnucio, monje anacoreta que logró, con gran esfuerzo, convertir a la más seductora cortesana de Alejandría convenciéndola de su fe, a tal punto que la pecadora y lujuriosa mujer renuncia a los placeres que para conquistar a todos los hombres que a su paso se cruzaran les ofrecía y entregarse a la adoración de Dios y ganar la Santidad eterna.
Mujeres tan célebres como Thais abundan en la historia. Su belleza y en ocasiones gracia intelectual las llevaron a pertenecer al séquito de los monarcas. Por su influencia en ocasiones era mejor acudir a ellas para lograr el favor del Rey que pedírselo a él mismo. Llenaban los palacios cuando se celebraban festejos y en oportunidades sirvieron a las estratagemas políticas de la Corona. De ahí que las cortesanas se distinguieran de las simples prostitutas. Madame Montespan fue la amante preferida de Luís XIV y con ella tuvo siete hijos.
Pero el título de este comentario no se refiere a esas cortesanas, se alude a las Cortes de Justicia que también complacen al poderoso dictando las sentencias que él necesita para legitimar su arbitrariedad. ¡Recuérdese la reelección en Honduras! Estas Cortes no son de Justicia, son celestinas que se valen de su retórica para vencer con palabrería el sentido natural de la justicia y siempre han existido. Su trabajo no es complicado y no lo es porque el derecho se presta sin dificultad para dar gusto al poderoso. El profesor Alejandro Nieto, tratando de definir el derecho concluye que no es otra cosa que lo que el poderoso quiere.
Para demostrar este análisis basta con citar un ejemplo reciente: El fallo proferido por la señora Susana Barreiros, decisión que en concepto de “juristas”, incluido un profesor suyo, riñe con todos los principios de la jurisprudencia y se acomoda a los deseos del señor Maduro, ¡necesitado de condenar al sindicado López! No es fácil tomar partido en este evento, pero sí suponer que los críticos pueden tener razón.
¿Cómo encontrar una Corte de Justicia en verdad sana? Para lograrlo es necesario que el juez sea juez y no parte. Indispensable será entonces que su origen, su investidura, esté libre de influencias. Quizá sea esta la razón por la cual es frecuente, en algunos sistemas políticos, que se convoque al jurado de conciencia para que sea este juez quien dicte el veredicto final.
Claro que la fórmula no atrae a quienes se han acostumbrado a utilizar la norma como instrumento de interpretación de sus sentimientos ocultos y valerse de discursos saturados de sofismas para demostrar que lo blanco es negro y lo negro blanco. Por supuesto que esa generosidad jurídica no es una liberalidad ideológica, la mayoría de los casos demuestran que las retribuciones del poderoso compensan el esfuerzo intelectual. Son favores trascendentes que se pagan de generación en generación.