El palo en la rueda
“Si los críticos supieran de arte…”
Wilde
El DANE establece que una elevada cifra de personas, mas de 370.000., que se vieron involucradas en riñas, el año pasado, tuvieron como causa inmediata del conflicto una agresión verbal o una actitud irrespetuosa. Dato que lleva a concluir que la intolerancia es una endemia nacional. Ahora, de otra parte, también el Centro Regulador de Urgencias en Bogotá denuncia que el número de personas, (41.974 este año) que padecen desequilibrios mentales aumenta y la administración reduce indolentemente la atención al problema. En otras palabras “sostener relaciones armoniosas con los demás y participar constructivamente en los cambios que pueden introducirse en el medio ambiente físico y social” cuesta trabajo en el escenario colombiano.
La información del DANE se ajusta a la realidad; igualmente la denuncia acerca de la epidemia de neurosis. Veamos: la semana pasada, durante un debate en el Senado se aludió al paramilitarismo y el senador Uribe Vélez, como es su costumbre -recuérdese el episodio con Luis Fernando Herrera, la Mechuda- contestó airado las criticas que a su gobierno se hicieron y terminó emprendiéndolas contra su colega, el senador García Realpe, quien sobre el incidente, que estuvo a punto de llevarlos a las manos, dijo: “Uribe se molestó pues no le gustó para nada mi intervención”. El suceso fue, naturalmente, noticia nacional y estuvo a punto de convertirse en un caso de policía. Y a propósito de policía, el general Palomino, el líder del código de convivencia, igualmente la semana pasada, durante un debate en el Senado, se salió de casillas, a raíz de unas críticas que le hizo la senadora Claudia López. Reaccionar con agresión y sin argumentos ha sido costumbre, recuérdese cómo murió el 8 de septiembre de 1949 el representante Gustavo Jiménez y fue herido Jorge Soto del Corral, episodio que dio pie para que Ospina Pérez clausurara el Congreso. La violencia verbal y la enajenación mental no son extrañas en el país.
De esas épocas a hoy han pasado siete décadas y nada cambia. En el inconsciente colectivo hay una pasión beligerante, furia que estimulan enfermos políticos que no renuncian a su protagonismo y mucho menos aceptan la viudez del poder. He ahí la causa de la guerra sin fin que el presidente Santos quiere terminar y que otros violentos disfrazados de líderes torpedean poniéndole palos a la rueda para que se atasque el carro en el camino hacia la paz y, obviamente, no se acabe el negocio de las armas que denuncia la senadora Claudia López y que tanto enojo le causó al Director de la Policía.
La conducta de los defensores de la guerra a la paz es tan perturbadora como lo es la de instalar retenes policiales a las seis de la tarde en la carrera séptima con la calle noventa; se trata de demostrar que la libertad depende del genio -alienación- en que se encuentre el dueño del poder.