Un país analfabeto
Anuncio revolucionario hizo el presidente Santos en la presentación del Programa Nacional de Alfabetización para los próximos cuatro años: “Ustedes me han oído, y me oirán durante los próximos cuatro años, que quiero hacer realidad esa visión que tengo para este país: un país en paz, un país con equidad y un país mejor educado”. Su promesa es declarar al país libre de analfabetismo al final de este cuatrienio. “Si queremos un país con equidad, tenemos que hacer un gran esfuerzo en este Programa que hoy estamos lanzando para que seamos declarados un país libre de analfabetismo”.
La alusión presidencial no tiene objeción. Colombia necesita salir de la ignorancia. Claro que la tarea no consiste en que las gentes deletreen textos. El esfuerzo demanda varios propósitos. Uno, el más importante, enseñar al lector a que entienda cabalmente la comunicación escrita, exigencia que debe cubrir a millones de ciudadanos que no captan el sentido de los contenidos, inteligencia que prevendría descuidos como el que cometió el doctor Simón Gaviria cuando, sin leer, le dio su visto bueno a la frustrada reforma constitucional, enmienda que provocó fallas tan protuberantes como la sancionada con nulidad recientemente por el Consejo de Estado, nulidad que pocos entendieron.
El analfabetismo fue arma política para restringir el derecho al voto en épocas pasadas. Con el tiempo la democracia exigió el derecho al sufragio universal y todos los ciudadanos accedieron a ese mecanismo de participación, no obstante, para nada sirvió ese avance, pues la mayoría de electores hacen uso de ese derecho impulsados por la emoción y no por la razón, porque continúan siendo analfabetos en cuestiones políticas.
Escuchando la opinión del publico acerca del debate promovido por el senador Cepeda y la respuesta del expresidente Uribe, no cuesta trabajo concluir que la ignorancia política del pueblo es total: consecuencia de su analfabetismo; empezando porque la Historia Patria no se enseña, al tiempo que a los textos es difícil tener acceso, pues sus costos son inalcanzables para el grueso vulgo.
En tanto esos debates estén plagados de retórica y de discursos “veintejulieros”, saturados de frases confusas dirigidas más a enardecer los ánimos que a dar razones elementales, la revolución que promete el Presidente no será más que otra farsa de las muchas que la demagogia utiliza para convencer y desinformar incautos.
Al pueblo hay que enseñarle a leer, pero antes que todo a pensar y esta pedagogía reclama maestros honestos, convencidos de la democracia y no del poder apoyado por ignorantes manipulados con imágenes tramposas. Por supuesto que no es este un vicio exclusivo del “País del Sagrado Corazón”.
Millones de ignorantes hay en el planeta movilizados por el voto obligatorio para apoyar a sus tiranos; seguramente que es una opción que garantiza la paz de los eternos detentadores del poder. Pero de ninguna manera semejante abuso podrá garantizar la paz de los rebaños, siempre habrá ovejas díscolas.