FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 13 de Agosto de 2014

Ni tanto honor…

 

...Ni tanta indignidad. Ni tan cerca que queme al santo ni tan lejos que no lo alumbre. Estas son frases de la filosofía popular, una filosofía que hombres célebres han cultivado hasta sus raíces profundas, llegando al sentimiento único, el sentido ético de la vida, no el que se refleja en la conciencia de los otros sino en nuestra propia razón intima. Confucio sentencio: “el noble mantiene su conducta en el centro, a la vez que al hombre vulgar no le importa encontrarse marginado de este centro”. A la misma conclusión, “El justo medio”,  llegan Platón y su discípulo Aristóteles, claro que con toda la petulancia de su pensamiento. Estos dos personajes tenían el perfil de los abogados.

La preocupación de ahora surge con ocasión de la campaña que los tres aspirantes a la Contraloría General de la Republica vienen adelantando para ganarse el apoyo del Congreso. Todo indica que ha sido tan intensa que habiéndose acordado llevar a cabo la elección el día de hoy, se prefirió alargar el plazo para el día 19, seguramente  para saber quien ofrece más y resolver “acertadamente”. Claro que para el grueso publico la versión es otra: ¡se están examinando las calidades y virtudes de los aspirantes! ¿Será cierta tanta dicha?

Si se parte del principio de la buena fe, de todas maneras, la decisión nunca será sabia. ¿Acaso hay un sabio criterio entre los miembros del Congreso para optar por lo mejor? La experiencia enseña que no. Para la muestra un botón: la elección del Savonarola confirma el error en el escrutinio de las hojas de vida.

¿Cómo suponer que hay calidades y virtudes en unos aspirantes que mendigan  e intrigan una dignidad? Los honores se ganan, son premios al orgullo personal y no a la vanidad de burócratas empecinados en una jugosa pensión de jubilación.

Para eludir este acostumbrado concurso de servilismos,  ahora que se proponen reformas a  la Carta Política y tanto se cuestionan los procedimientos de elección,  la solución podría ser el acudir al sorteo, tal y como lo utilizaron en la antigüedad, especialmente los griegos. Es más democrático que ningún otro procedimiento. Sencillamente los candidatos se someten al designio de la suerte; obvio que hay que reglamentar las postulaciones y otras condiciones, pero finalmente es el alea la que decide.

La lagartearía  y la intriga no estarían tan cerca del nombramiento. No se escapa a esta competencia de vanidades que los aspirantes al “honor” harían campaña entre los encargados de postularlos y algunas promesas se conjugarían en esa etapa, pero de alguna forma se reduciría la indignante  procesión  de los candidatos de curul en curul rogando el apoyo de los electores y con mayor razón si el número de inscritos no se reduce solo a tres, si no a muchos más que reúnan las condiciones de idoneidad  profesional y, principalmente, de carácter y personalidad que los haga merecedores de la distinción.