BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD
Sin imagen ni discurso
Insípida, por decir lo menos, resulta la campaña presidencial. No despierta emoción ni reflexión; el debate se disuelve en ofertas de remate, como en cualquier “Sale” de los congestionados centros comerciales de Miami o las ferias de las plazas de mercado nacionales y su “avivato” vendedor de específicos que abusa de los incautos, tal cual el personaje argentino creado por Lino Palacio. Los postulados aspirantes, sin reato ni vergüenza, no desperdician ocasión para ofrecer las más diversas y exóticas gangas para seducir a los ingenuos electores y arrancarles el voto.
Al mismo tiempo que disimulan sus sentimientos políticos inconfesables, como lobos del bosque, se disfrazan con vestiduras de oveja que no convencen, seguramente porque sus asesores espirituales no son lo suficientemente diestros o porque los personajes no tienen carisma. En todo caso Chucky; el abuelo de los Munsters; Mandrake; la madrastra de la Cenicienta y la abuelita de Caperucita Roja no logran persuadir con su imagen. El espectador no se identifica con ninguno de ellos ni se deja atraer por los atuendos. ¡Ojalá¡ que esta desapacibilidad obedezca a la ausencia de discurso ideológico y no a la distracción que del ambiente trascendental produce el fútbol, “porque nada importa más que el mundial”.
Probablemente el mediocre debate ideológico no interesa al grueso público y a los pocos que toca… les atañe tanto, que no escatiman esfuerzos para disculpar la vulgaridad de la pelea de comadres. Por eso, el escándalo de Sepúlveda y su socio el indigno embajador Hoyos, pariente del periodista e inhabilitado exministro Londoño Hoyos, peleado hoy con el Presidente y su hermano Enrique, encuentra entre los fanáticos una explicación “razonable”, pues la contienda se asume lúdicamente, como el deporte favorito del expresidente Andrés y lo que se suma son los “round” o asaltos perdidos o ganados y no las actitudes que apunten a un cambio en la historia de este manoseado país de supinos políticos.
Y a este respecto, los medios son cómplices. En primer lugar, porque pelechan en esta cosecha, pues se trata de publicidad política pagada y, porque no estimulan un discurso coherente que permita hacer “verdad”; no se provoca una discusión seria. Los hombres inteligentes discuten ideas, los audaces manipulan los hechos y los deshonestos hablan de la gente.
Dimes y diretes se escuchan en esa novela; cuando no se trata de los tímidos mudos o de locuaces promeseros que no desperdician oportunidad para orgasmos mentales con el micrófono o llamar en apoyo al “patrón” titiritero. Difícil encrucijada, cuando se sabe que hay que elegir de todas maneras, pues pensar que el voto en blanco triunfe es soñar con garzas preñadas. A los electores inteligentes, si quieren conservar la esperanza, una alternativa les queda: presionar el respeto por su decisión liberándose de la “voluntad de poder” de los fascistas titiriteros. Para eso se inventaron en la política democrática francesa la cohabitación, Mitterrand y Chirac.