FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 30 de Abril de 2014

Daniel el travieso

 

Solía visitar con frecuencia a mi padre, el comodoro Navas,  en su oficina del El Tiempo, curioso por conocer las noticias antes de, mejor dicho,  saborear el pan en la puerta del horno, el linotipo,  y compartirlas con sus autores, personajes agradables, dueños de increíbles historias e irrevelables secretos, asiduos comensales en las tertulias  del Bolo San Francisco  o del Café Automático. Uno de estos compañeros de mi padre,  a quien escuchar era una delicia,  fue Felipe González Toledo, precisamente ahora protagonista en la novela “El Dr Mata”,  como el periodista Félix González; tanbien recuerdo a Federico Rivas Aldana, al flaco Arenas, a Ligia Bojacá, Gloria Valencia Diago, Gloria Moanak y por supuesto a don Roberto García-Peña, a Hernando Turriago, Chapete; Hernando Acevedo, Gerardo Aldana, Alfonso Castellanos, Gabriel Cantor, al poeta Rogelio Echavarría, Miguel Ayuso,  Nora Parra,  Lamus, Daniel Cabrera,  y muchos otros veteranos periodistas.

De un momento a otro, y sin aviso previo, aparecieron en los pasillos del periódico tres jóvenes que llegaban con el definido propósito de cambiarlo todo, era la revolución en marcha, apoyada silenciosamente por Enrique y Hernando Santos Castillo. Asomaron  en ese escenario  Daniel Samper Pizano, el hijo mayor  de Andrés y de Helenita; su padre ya estaba vinculado al medio como columnista y era conocido como el cadete Samper; Enrique Santos Calderón, el guerrillero del Chicó, hijo de  Enrique y Clemencia y, por supuesto, con valiosos folios a su favor y Luis Carlos Galán, hijo de Mario Galán Gómez. Por esos años  no tenían ellos ni yo más  de dieciocho; después siguieron llegando otros jóvenes que completaron el relevo generacional: Robertico Posada, Roberto Pombo, Clemencia Medina, Rafael Santos, Clemencia Arango, Ana Lucia Duque, Lucevid Gómez, Fernando Barrero y todo el kínder del momento.  

Cada uno de los tres mosqueteros asumió su papel desde su precaria  personalidad, sin embargo, Daniel se perfiló al instante por una característica, heredada de doña Helenita, su sentido del humor. No era posible  evitar que “mamara gallo”; los colegas le reclamaban que fuera serio y ese talante, para utilizar un calificativo propio de “Álvaro Álvaro”, fue  el que le permitió labrarse un futuro. Para reforzar esa escuela materna, se apoyó en Aristófanes, Klim y muy probablemente en Jardiel Poncela; de todas formas tuvo el acierto de decir  con humor lo que otros discutían con odio y lágrimas, de ahí que entre sus lectores lo llamaran Daniel el travieso, el personaje  cómico de Hank Ketcham.

El domingo que pasó ese joven irónico que se inventó el periodismo de investigación y que fue maestro de una generación, imprimiéndole al oficio un sentido más trascendente y popular, es decir, una función social, se  despidió de nosotros, sus lectores, que esperábamos con devoción sus comentarios. Entonces,  dejaremos de levantarnos temprano, el festivo perdió una de sus gracias, una opinión  distinta, sarcástica y cierta acerca del acontecer nacional. ¡Gracias Daniel por esos cincuenta años de lecciones!