La Diana de la fatalidad
El presidente Hugo Chávez ha solicitado permiso a su pueblo para ausentarse del poder y entregarse a la fatalidad inmodificable del destino, ese destino que se supone incierto pero que desde siempre se ha de tener presente porque es la única realidad de la cual nadie puede escapar. El anuncio ha despertado variadas reacciones, muchas expresiones de solidaridad y no pocas de malintencionada incertidumbre política. De todas maneras en la decisión del destino se juega, también, la suerte de un proyecto político, independientemente de la del hombre.
La solicitud formulada por el mandatario ha sido despachada favorablemente para que ausente de su responsabilidad política asuma su responsabilidad personal. El debate no será ya una puja electoral que se resuelve en las urnas; ahora la lucha se da entre la vida y la muerte, una contienda en la que desde siempre se sabe quién es el triunfador, pero no obstante todavía y a pesar de la indiscutible lección de la historia hay quienes se atreven a poner en duda el fallo irrevocable y se empecinan en sobrevivir a su sentencia. ¡Ilusos!
La inmortalidad no es una pasión exclusiva de los hombres que se suponen indispensables, todo lo contrario, es una mentira de todos. Se acude a muy variados engaños para cerrarle los ojos a la ineludible realidad de la muerte; las religiones ofrecen como premio una vida eterna y la práctica de lo cotidiano explota de mil formas distractores para enmascarar en la conciencia el miedo latente desde el inicio, desde el primer momento, miedo que impide vivir plenamente el instante de la existencia efímera.
El deseo inconsciente, según lo revelan las ciencias de la vida, no es otro que el de trascender. Trascendencia que se alcanza originalmente en la procreación, que no es más que la ley de la conservación de la especie; se persigue idealmente, no ya en la reproducción, sino en la inmortalidad del pensamiento. Muy pocos lo han logrado. Cristo es inmortal en su idea. Si resucitó o no al tercer día ni le quita ni le pone al hecho innegable de la trascendencia de su existir.
El presidente Chávez, ahora enfrentado al sino de la fatalidad, no se sabe si alcanzará en esta ocasión a superar ese reto, pero en todo caso, no cabe duda de que en su paso por la vida confirma la trascendencia del hombre que a pesar de no haber dejado descendencia conocida ha alcanzado la inmortalidad, el Padre de la Patria, Simón Bolívar.
Reflexionar sobre la muerte no para negarla, todo lo contrario, para admitirla como la inseparable y leal compañera es una sana terapia que ayuda a comprender sin miedo el sentido de la existencia y a encontrarle un sentido eterno si antes que luchar con la muerte se admite que hay que pedirle permiso para aprender a utilizar el tiempo, si es que el tiempo existe.