Esta historia sucedió, no sé hace cuanto, pues se me perdió el metro del tiempo. Todo recuerdo vuelve a ser presente y retorna con lo mejor de lo vivido.
Aunque murió y sólo tuvimos un encuentro, su presencia ha regresado una y otra vez a la memoria, en los últimos días.
Fue en Ávila durante un Congreso en la Universidad de la Mística. Lo observé de lejos mientras tocaba con maestría su cítara. Los corazones de los asistentes parecian flotar tras cada uno de sus acordes musicales. Roop Verma un gran músico hindú, radicado en New York y reconocido a nivel mundial, parecía plácidamente fusionado con su instrumento.
Mientras lo observaba desde la última fila del auditorio me lamentaba de no conocer su idioma, ni tener la audacia de acercarme para pedirle que me regalara un poquito de la infinita paz que irradiaba. Sin intuir que el encuentro ya estaba dado y que la comprensión plena del mismo, llegaría sólo hasta hoy.
Terminó el concierto y me disponía a salir para ir al convento de San José, el primero que fundó Teresa de Jesús, cuando la secretaria me dijo “¿podrias llevar a Roop que quiere conocer el convento?”. Emocionada dije que sí, él iba con un traductor, pero de portugués. Apenas nos alcanzamos a mirar. Carmen, la dueña de las llaves de "ese pedacito de cielo en la tierra", nos abrió las puertas de la capilla antigua y cerró al salir. Lo observé sentarse en posición de loto en el centro de la capilla frente al altar y decidí recogerme en oración y no volver a abrir los ojos. Otros ojos se abrieron, los del alma y lo vivido fue atemporal y fascinante. Era un sentimiento de infinita paz, que sólo puedo dibujar en el lenguaje con un lápiz color rosa.
Al salir de allí, él lloraba y yo también, habíamos experimentado lo mismo.
Su acompañante portugués, me dijo: "él quiere que llames a un traductor". Llamé a mi amiga Milagros y escuché la más bella historia de vida unificada. Empezó diciéndome que había percibido el espíritu de Teresa en la capilla y que se encontraba muy conmovido: "muchos periodistas me han buscado en New York para que les cuente mi historia y me he negado, ahora tengo una necesidad de depositarla en ti".
Y empezó su hermoso relato. Dos frases resuenan y resuenan hoy en mí. "Sólo pude empezar a tocar la cítara cuando estaban afinadas las cuerdas del alma". "Sólo en ese momento el maestro vino a mí". Escuché embelesada.
¿Qué tiene que ver este encuentro con el hoy? Comprendí que estamos ante una posibilidad extraordinaria de reescribir nuestra propia historia. Bastó viajar, a través de la memoria del corazón, para reencontrarme con este maestro de música sagrada y entender que en este momento están afinadas las cuerdas del alma de muchos seres humanos, que ya estaban preparados para recibir al “coronavirus” y hacerle frente componiendo juntos, desde instrumentos muy diferentes, unas nuevas melodías.
Es una invitación a desapegarnos de todos los apegos, a aceptar el desafio que provoca el incierto mundo exterior, a abrirnos a las posibilidades infinitas del espiritu humano aun inexplorado, a abrazar nuestra fragilidad y encontrarnos, desde nuestros dones, en el servicio a los demás.
Tiempos de Pentecostés para la Humanidad.