Produce tristeza la utilización política de las víctimas puestas al servicio de la polarización, mientras ni siquiera se les escucha. En el enconado debate jurídico en torno a las objeciones presentadas por el presidente a la ley estatutaria de la JEP las voces más ahogadas son las de las víctimas. Pareciera no importar qué piensan ellas. Los actores políticos no se cansan de justificarlo todo en su nombre, hasta la misma impunidad para los victimarios, mientras se arrebatan su vocería a dentelladas. Los reflectores mediáticos al estar enfocados sobre las zambras, lo único que hacen es ocultar el debate humanitario de fondo. El que verdaderamente necesita escuchar la sociedad.
¿Qué está pasando hoy en Colombia con las víctimas? Traigo a la memoria un episodio que permite intuir la respuesta con claridad. Hace unos años invité a un grupo de víctimas de agentes del Estado a un retiro psicoespiritual de sanación, teniendo siempre en claro que el perdón es individual y no implica renuncia de sus derechos. Recibí una advertencia: “mejor no se meta con ellas. El estrés postraumático es el caldo de cultivo de la ideologización. Las víctimas sanas no sirven para la política”. Exacerbar sus duelos, utilizar la expresión desbordada de sus heridas para ponerlas al servicio de ideologías de izquierda o de derecha, es usarlas. Vergonzosamente las víctimas colombianas aún no han sido escuchadas con el respeto que merecen, a pesar de que se presume ante el mundo que “las víctimas están en el centro”.
El ejemplo español debería servirnos: La solidaridad e indignación de la sociedad civil por el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, perpetrados por Eta en 1997 condujo a un consenso de los partidos. Un encuentro de voluntades en torno al rechazo al terrorismo y la dignificación de las víctimas. Se desenmascaró el discurso legitimador de la violencia que usaba Eta. Sin embargo, es triste comprobar dos décadas después, que las víctimas fueron atraídas por los partidos políticos y sus legítimas demandas usadas para exacerbar la lucha ideológica. Hoy, las víctimas de Eta van de la mano del Partido Popular y las víctimas del 11 de marzo, del Psoe. El dolor ocasionado a la dignidad de los seres humanos dejó de ser punto de encuentro humanitario en la búsqueda de consensos que los favorecieran a todos.
En Colombia es paradójico que ese reconocimiento a las víctimas de todos los actores armados, menos a las propias, fuera impulsada por las Farc en La Habana, como estrategia política de ocultamiento. El nuevo partido político busca acaparar la paternidad de la defensa de los derechos de las víctimas de otros actores, mientras niegan y revictimizan a las propias. Esto condujo, inexorablemente, a que otros partidos adoptaran el modelo de poner en la primera línea de fuego de los enfrentamientos el legítimo dolor de las víctimas de las Farc. Hablar desde las emociones desbordadas sólo debilita la argumentación que trata de defender sus derechos, exacerbar sus duelos no contribuye a su dignificación.
Las víctimas deben ser acompañadas por la sociedad civil en procesos de recuperación emocional y empoderadas para la exigencia de sus derechos, pero también para que sean ellas artífices de la anhelada reconciliación en Colombia.
¡Escúchenlas por favor!