Enseñar y aprender el mundo | El Nuevo Siglo
Sábado, 25 de Noviembre de 2023

Se atribuye a algún pensador de las Relaciones Internacionales y practicante de la política internacional -aunque la atribución puede ser apócrifa- la idea de que para aprender sobre ambas cosas no hay mejor fuente que los libros de historia y los periódicos. Especialmente los primeros, vale la pena subrayar, en la medida en que los periódicos de hoy dan cuenta de lo que mañana serán -una vez decantada su materia prima- los libros de historia. Otra anécdota -esa sí verificable- cuenta que un estudiante preguntó una vez a Winston Churchill qué podía hacer para aprender a ser un hombre de Estado, y él le contestó: "Estudia historia, estudia historia, estudia historia...".  Anécdotas aparte, esta es, ciertamente, lo más parecido a una ley de hierro en la formación de los internacionalistas:  la historia y las noticias (el presente) constituyen la clave para aprender y enseñar el mundo.

Por eso sorprende el lugar sólo marginal que en muchos casos se da al conocimiento histórico en la manera en que algunos enseñan y muchos aprenden sobre Relaciones Internacionales. Acaso es una proyección perversa del déficit de enseñanza de la historia que caracteriza actualmente los niveles básicos de la educación (un mal extendido en muchas latitudes). Pero eso, antes que excusarla, pone en evidencia la enorme responsabilidad de las universidades en que se forman los internacionalistas.

Ni las teorías propias de la disciplina, ni las cuestiones de la agenda internacional, ni los asuntos de la política exterior y las relaciones diplomáticas, se pueden enseñar ni aprender cabalmente sin un sólido y suficiente conocimiento de la historia y sin el desarrollo de la particular inteligencia que requiere el procesamiento de la actualidad y el discernimiento de las noticias que dan cuenta de ella, especialmente en tiempos de desinformación y malinformación (neologismo algo bárbaro, pero probablemente necesario para establecer una diferencia relevante).

Poco o ningún papel se suele dar, por otro lado, a la heurística, en su doble sentido:  como técnica de indagación y descubrimiento, y como búsqueda e investigación documental y de fuentes. En el primer sentido, la práctica de la heurística se ve obstaculizada por la pérdida de curiosidad a la hora de hacer preguntas y la preferencia por las respuestas inmediatas y simplificadoras, tremendamente extendidas, incluso en el mundo académico. En el segundo, por la asimilación fácil de ideas recibidas que se reproducen sin contrastación ni discernimiento. Por ejemplo, muchos de los que invocan recurrentemente el latinajo de marras para “explicar” las relaciones colombo-estadounidenses no se han tomado jamás el trabajo de consultar su formulación original ni de estudiar el contexto en que tuvo sentido; e ignora por completo que, al lado del respice polum, Suárez postuló la “armonía boliviana”.

La combinación del desdén por la historia y por los hechos explica, al menos parcialmente, otro de los problemas en la formación actual de los internacionalistas. Ni se les enseñan ni aprenden problemas, sino “causas”:  meras doctrinas para tomar partido que se instilan dogmáticamente en su idea del mundo y configuran su juicio sobre la realidad, llevándolos a hacer de su profesión una mera forma de activismo. 

* Analista y profesor de Relaciones Internacionales