Mientras la atención del mundo estaba concentrada en las elecciones británicas -que, para Theresa May no han sido otra cosa que la prueba incontestable de que a veces “ganar es perder un poco”, e incluso mucho-; en la crisis diplomática desatada por el “todos contra Catar” en el Medio Oriente; y en el testimonio rendido por el exdirector del FBI, James Comey, ante el Comité de Inteligencia del Senado estadounidense -con el potencial de servir de catalizador de toda una serie de eventos insospechados para la administración Trump-; muchas otras cosas han pasado en distintos lugares del mundo que, aunque en sordina, reflejan el carácter tremendamente ruidoso de la política internacional contemporánea.
Por ejemplo, poco después de que Donald Trump anunciara su decisión de desvincular a los Estados Unidos del Acuerdo de París, el gobernador de California, Jerry Brown, de visita en Beijing, firmó con el presidente chino Xi Jinping un acuerdo para aunar esfuerzos en la reducción de emisiones, al tiempo que advertía sobre el desastre inminente que se cierne sobre la humanidad si no se adoptan las medidas necesarias para enfrentar el cambio climático. El acuerdo tuvo como telón de fondo una conferencia internacional sobre energías limpias, en la que -como en tantos otros escenarios y asuntos- China parece empezar a ocupar el lugar que los Estados Unidos han ido dejando vacío en su retirada hacia ningún lado.
Por otra parte, hace un mes los rusos inauguraron en Nicaragua una estación adicional para su servicio de seguimiento por satélite Glonass (equivalente del GPS). Que Managua y Moscú insistan en el carácter pacífico y puramente técnico de la instalación tranquiliza poco al Departamento de Estado -que observa con preocupación, y algo desorientado, la creciente presencia rusa en el país centroamericano-; y tampoco satisface a los vecinos costarricenses —que han encendido las alarmas sobre la compra de armamento ruso por parte de los nicaragüenses.
Y en España, en un claro desafío al gobierno de Madrid y a los pronunciamientos previos del Tribunal Constitucional, el presidente catalán, Carles Puigdemont, ha dado un paso adelante hacia la “desconexión” unilateral al poner fecha -1 de octubre- a la realización del referendo secesionista, a despecho de carecer -al menos por ahora- de una mayoría decisiva según las más recientes encuestas.
No hay cómo saber aún si estos y otros acontecimientos, ocurridos como en sordina, son solo ruido que nada significa. Pero sería un grave error ignorarlos, pues cuando el río suena, piedras lleva, y a veces, anticipa una avalancha.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales