En el peor momento de la economía nacional el país se politizó. La danza de precandidatos presidenciales en lugar de esclarecer el panorama, lo oscurece aún más.
El ramillete de aspirantes a la primera magistratura causa un ambiente de incertidumbre y desconfianza.
Con la economía andando en muletas por el mal momento de la mayoría de indicadores, el ambiente preelectoral ahonda las heridas abiertas de una sociedad hastiada de políticos.
Los hogares les paran tantas ‘bolas’ al cansino proceso de escogencia de candidatos como al trillado asunto de la Justicia Especial de Paz.
Las familias están hartas del desencuentro alrededor del comienzo de las Farc en la vida política.
A la sociedad no la motivan los incidentes, agresiones y enfrentamientos entre quienes respaldan el camino a la paz y los opositores acérrimos.
Para las familias da lo mismo tener a exguerrilleros en el Congreso de la República que a los viejos y tradicionales gamonales, manzanillos o barones electorales. El país es el mismo, piensan.
El ajedrez político no juega en el día a día de los colombianos de a pie. Las movidas políticas en encuestas y medios de comunicación ni siquiera atraen en las regiones.
Los aspirantes por listas, coaliciones, alianzas e independientes, no le suenan a la mayoría de ciudadanos.
Mujeres y hombres precandidatos, conocidos mucho o poco, no trasnochan el agite político del momento.
A la población le va más el asunto de su economía, de su bolsillo y de su jornal.
Las gentes no tienen química con los precandidatos por una simple conclusión no se sienten representadas.
Los ciudadanos no sienten cercanía con la clase política.
No hay punto de coincidencias entre las expectativas y necesidades de los colombianos y las propuestas de los aspirantes a la Jefatura del Estado.
En general, hay poco interés en lo que plantean en sus giras los precandidatos.
Un divorcio entre sus ideas y las angustias sociales de los ciudadanos.
A la economía colombiana no le va bien por estos días. Y podría ser más complicado.
Los empresarios aguantan en medio de un clima difícil para negocios e inversión.
El desempleo es el fiel reflejo de que no hemos podido contra la pobreza.
La desigualdad, concentración de renta, informalidad, injusticia social y abandono de vastas zonas del país, generan fobia contra la vieja política.
Corrupción, gabelas, privilegios, beneficios, arandelas, bajos salarios y cerrarle el paso a quienes necesitan trabajar, son barreras entre políticos y ciudadanos.
Si al país le va mal, algo mal deben estar haciendo los políticos. O mucho.
Si a los consumidores no les va bien, algo mal debe estar haciendo el Ejecutivo.
Cuando a los hogares no les inspira confianza el Gobierno y no sintonizan con la clase política, algo muy malo le ocurre a la nación.
Mientras no haya credibilidad, aumenten desconfianza y temor, es mucha la deuda social de unos y otros con la sociedad.
Es un mal momento para hacer política sin reinventarse.
Es urgente repensar la forma de hacer política. O alguien hace diferencia o todos se hunden.
De momento la actual campaña ‘espanta’ y aburre, no seduce.