Si hay una constante en la historia es la habilidad de algunos para manipular a las personas, desprevenidas, con verdades a medias y juego de palabras, sin el rigor científico propio de los investigadores y pensadores honestos. Se trata de mentes brillantes con afán de manipular a aquellos críticos sin la debida formación, para satisfacer sus intereses personales, políticos, económicos, sociales…
Esto, como los padres de la Revolución Francesa, que con verdades a medias y argumentos atractivos, persiguieron a los que no se identificaron con ellos: matando miles de miles de inocentes. Para estos la vida humana no tenía valor alguno: sus ideas, eran su discurso. Acabando con tradiciones sagradas, como aquel dicho árabe: la plenitud del hombre se logra sembrando un árbol, escribiendo un libro y teniendo un hijo: estas tres sugerencias, de alguna manera, son lo mismo: el árbol que, con todas sus virtualidades y belleza perpetuar su especie; el libro tiene sentido cuando aporta algo vital para la especie humana; y el hijo es el mejor remedio para no morir, este engendrará nuevas vidas, deja futuro, sostiene y alimenta la vida, educa para vivir, multiplica el maravilloso misterio de la vida.
Lamentablemente hoy un hijo es un lastre, un estorbo, un problema, una carga, un obstáculo, una molestia, un fracaso, falta de “prudencia: un hijo es un impedimento para la autorrealización. De aquí la píldora, el condón, el aborto como un derecho, la ley asesina de el niño recién nacido… Y claro, esto viene también del Complejo de Edipo de Freud: “el hijo compitiendo con el padre, para congraciarse con la madre”. Después sale el discurso del Complejo de Electra: la mujer añora los órganos masculinos, enamorándose del padre, porque él tiene lo que ella añora: originando un deseo de asesinar al padre.
Esta maraña de sandeces es el origen del invierno demográfico. Y por lo cual los países desarrollados atraen a los profesionales y trabajadores preparados, mientras que nosotros reducimos nuestra población irresponsablemente (en USA viven unos tres millones de colombianos altamente calificados, y Alemania está necesitando, con urgencia, trescientos cincuenta mil albañiles calificados).
Mientras tanto estamos borrando del mapa colombiano las familias formadas por un padre una madre y unos hijos: como si el hombre, el varón, fuera algo parecido a un reproductor desechable: un semental. Durante algún debate -sobre la mujer en el campo- al que fui invitado, comenté que la madre debe ser vista como “la reina de la casa” -esto lo aprendí y viví en mi hogar– pero la reacción del público (todas mujeres) fue abuchearme con una rabia que me asustó, pensé que me iban a linchar y no supe que fue lo que dije mal y no me dejaron aclarar la idea (no pude salirme porque la salida del escenario era pasando por el público). Yo quería aclarar que la paternidad y el amor por la mujer y por la mamá, es parte de nuestra cultura, de nuestra fe, de la antropología, del sentido común. Que si rezamos el Padre Nuestro entenderíamos como debe ser un padre de familia. ¿No será este es el sentido de la vida?