El retorno de la inquisición | El Nuevo Siglo
Miércoles, 7 de Septiembre de 2016

Naturalmente que la decisión del Consejo de Estado Francés que resolvió anular los reglamentos de algunos alcaldes, entre otros los de Niza y Cannes, que argumentando la prevención de las alteraciones del orden público, dispusieron la prohibición del uso del burkini, es una sentencia justa indiscutiblemente, que revela la confusión que invade el panorama mundial a causa del fanatismo que afecta la razón y la tolerancia de los pueblos alienados por los mensajes subliminales de sus dirigentes.

Perseguir a una comunidad por sus atuendos no es una estrategia nueva, pero no por ello aceptable. Los cataros, esa disidencia religiosa del medioevo que predicaba la igual entre los hombres y las mujeres y, además, políticas socialistas,  fue perseguida con una medida de policía dispuesta por el Papa Inocencio III: la prohibición de sus vestidos. Un atuendo muy parecido a la sotana de los curas católicos de estas épocas. En adelante los milicianos de ese credo entraron en la clandestinidad para no caer en la persecución inquisitorial  contra la supuesta herejía.

La política francesa a este respecto tiene antecedentes en una ley del 2004 que patrocino la expulsión de estudiantes musulmanas del colegio  por “disimular el rostro en el espacio público”.

El tema vuelve a resucitar a partir de la xenofobia que despierta la crisis mundial por la diáspora de gentes que en busca de una mejor vida y de otros alicientes burlan fronteras a riesgo de inhumanos castigos y persecuciones. Esa es la política que anuncia Donald Trump, candidato Republicano a la presidencia de los EE.UU,  alegando que ¡hay que prevenir la invasión musulmana-mexicana a sus tierras!  

La problemática generada por estas actitudes autoritarias pareciera una tara de la humanidad que nunca se cura y que únicamente se controla por temporadas más no se erradica, una patología atávica ancestralmente primitiva que resurge cíclicamente, posiblemente motivada por intereses económicos liderados por excéntricos personajes.

El medicamento o vacuna que la historia receta para lidiar esas epidemias es la tolerancia, la fórmula que filósofos como Voltaire o Zweig recetaron liberalmente para combatir a gentes fanáticas y enfermas como el señor Calvino, autor intelectual del asesinato de Server.

La teoría de la inquisición suele reaparecer frecuentemente, cada vez que la irracionalidad de la egolatría cubre la mente de los “dirigentes” que repudian el pluralismo y la democracia y pretenden ser “dioses”, creencia que los lleva a pensar que sin su permiso nada es posible y que es preferible la guerra antes que permitir que se les desbanque del trono. Actitudes como esta engendraron la segunda guerra mundial.

Esta política inquisitiva  ha sido la fuente histórica de regímenes totalitarios y de acciones estatales, apoyadas por “lideres” que predican doctrinas de justicia respaldadas en el retórico discurso del derecho penal, argumento que se ha valido de la ordalía para demostrar su falacia y con esa prueba defender la guerra y la discordia. Donde queda, entonces, ¿la oración al “Padre Nuestro”?