Cuando nos contenemos a nosotros mismos la vida fluye mejor: nos conectamos con nuestro propio poder y podemos hacernos cargo de lo que nos ocurre.
¿Cómo podemos contenernos? Lo más próximo e íntimo es con el propio abrazo. No todos hemos aprendido a abrazar a otros. Para algunas personas resulta algo imposible de hacer, bien sea por sentirse invadidos en su espacio vital; por sentir el temor al rechazo de la otra persona; porque en sus sistemas familiares de origen no se expresó el afecto con un abrazo; o porque culturalmente se practica un distanciamiento social, mucho antes del decretado por estos tiempos de pandemia.
Cuando el abrazo sí ha sido parte de nuestra historia familiar y social, por lo general es hacia otras personas. Mirarse con otro ser humano a los ojos, acercarse con una amplia sonrisa, extender los brazos y ceñirse mutuamente con ellos es una poderosa experiencia de amor.
También nos podemos contener con una mirada o un gesto cómplice; sin embargo, el abrazo es mágico, pues en él nos entregamos con todo lo que somos, con nuestra fuerza y vulnerabilidad, pues dejamos expuestos nuestros órganos vitales ante el otro. Sí, abrazamos con el corazón y las vísceras, en un maravilloso ejercicio de poder compartido. ¿Qué tal si lo utilizamos con nosotros mismos? ¿Qué tal si nos auto proporcionamos todo el amor y la contención que seamos capaces de dar? No es usual que aprendamos a hacer esto de pequeños, aunque por fortuna muchos modelos pedagógicos contemplan ya la administración emocional. Si aún no lo hacemos, podemos empezar aquí y ahora.
Al principio puede parecer extraño estrecharnos a nosotros mismos como muestra del amor que nos tenemos. Es más, a veces podemos no ocupar el lugar que nos corresponde en la lista de los afectos y olvidarnos de que para amar al prójimo es condición primera amarnos a nosotros mismos. En este justo instante podemos recuperar nuestro lugar, si es que lo hemos perdido. Te invito a que donde estés cierres por un momento tus ojos y te rodees amorosamente con tus brazos, a que te acaricies y sientas profundamente, a que te des en ese abrazo todo tu amor. Y que ese amor sea incondicional: sí, abrázate cuando aciertas, a manera de felicitación; cuando te equivocas, como comprensión de tu proceso, así el error sea mayúsculo; cuando estás sin compañía, no en soledad sino contigo mismo; cuando necesitas llorar, cuando sientes rabia o dolor…
Cuando te abrazas, te honras y bendices. Hay honra en el propio abrazo, pues te das tu lugar. Hay bendición cuando te estrechas a ti mismo, pues reconoces en ti el milagro de la vida. ¡Siempre abrázate!
IG: @edoxvargas