Al meditar sobre qué escribir en medio de tanta incertidumbre, asomada al balcón, observando las calles desoladas y el mundo silencioso y en suspenso, una palabra se repetía en mi cabeza una y otra vez: desierto.
El viaje masivo frenético y atolondrado tras un futuro inasible y fantasioso se detuvo. Cada uno de nosotros, como Antoine de Saint-Exupéry en su obra “El Principito”, acaba de estrellar su avión en la realidad. En el aquí y en el ahora. Caímos en nuestro propio y solitario desierto interior. Y las únicas provisiones que traemos son las que atesoró nuestro corazón. “Era para mí cuestión de vida o muerte. Apenas me quedaba agua potable para ocho días”.
Volví a este, mi libro favorito, en busca de las fuentes de agua y para escuchar reír a las estrellas. Ahora, que tenemos tiempo, podemos hacernos mil preguntas, como el Principito: “¿Es que no hay nadie en la tierra?”... “¿Dónde están los hombres?”, “Se siente uno un poco solo en el desierto”… “También se siente uno sólo con los hombres”, dijo la serpiente. Por donde pasa el Principito insiste en preguntar, “¿dónde están los hombres?” Le preguntó cortésmente a una flor: “Los vi hace años, pero quién sabe dónde encontrarlos. Los lleva el viento. Les faltan raíces, lo que les fastidia mucho.”
El Principito insiste en buscar compañía hasta su encuentro con el zorro. “No puedo jugar contigo, dijo el zorro, no estoy domesticado”. “Busco a los hombres… busco amigos. ¿Qué quiere decir domesticar?”, pregunta el niño de cabellos dorados.
“Significa crear lazos”. Respondió el zorro… “Serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo”…
“Solo se conoce lo que se domestica. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Pero como no existen vendedores de amigos, los hombres ya no tienen amigos” agregó el zorro, antes de revelarle su secreto: “Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.
Después del descenso a nuestro desierto interior para reencontrarnos con nosotros mismos y la esencia de lo que somos realmente como seres humanos, podemos retornar a lo nuestro, como el Principito, “aunque su planeta de origen no era mucho más grande que una casa”. Pero allí, tenía quien lo esperara: su rosa. “Los hombres de tu planeta, dijo el Principito, cultivan cinco mil rosas en un solo jardín…y no encuentran en él lo que buscan”.
Resuenan hoy, para la humanidad, las palabras del zorro: “Te vuelves responsable para siempre de aquello que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…” y tal vez como el Principito, recordemos que nos necesitan los seres que amamos: “Mi flor es efímera ¡y no tiene más que cuatro espinas para defenderse contra el mundo! ¡Y la he dejado completamente sola en mi planeta!”.
Con esta nueva y renovada inmersión en la lectura de El Principito, en estos tiempos de desierto, sigo el consejo del autor: “No todo el mundo ha tenido alguna vez un amigo. Y puede acabar volviéndose como las personas mayores que no se interesan más que por cifras. Por eso he comprado una caja de lápices de colores”.