El escandalado judicial que hoy alborota al país no es un hecho novedoso. La práctica y la historia enseñan que, generalmente, el derecho ha sido una opción alternativa para quien más influencia tiene al momento de reclamar el apoyo judicial para satisfacer sus intereses. La realidad de la ley está siempre en manos del juez.
Acerca de este tema, el profesor Alejandro Nieto, en una obra elocuente y sencilla: “El Derecho y el revés”, confiesa, después de ejercer la cátedra durante cincuenta años, que no sabe que es el derecho. Su sermón es indiscutible. La experiencia demuestra que la sentencia no es habitualmente la aplicación literal de la ley, tampoco el sometimiento a la jurisprudencia de las cortes, mucho menos la sumisión a la doctrina de los autores, la sentencia suele ser la expresión del arbitrio del juez y esa manifestación de voluntad tiene muchas causas intimas: la satisfacción de la intriga o la retribución a la “dadiva” de una de las partes y, no pocas veces, la traducción de un resentimiento o rebeldía de la autoridad.
¿Y cuál es la justificación retórica a esa modalidad universal, pues el cuestionamiento no es exclusivo del panorama colombiano, ahora aterrador y deslumbrante? La crítica, puede afirmarse, tiene un escenario mundial y ha sido tradicional; lo que ahora ocurre es que a partir de la escuela de El Uso Alternativo del Derecho o El Nuevo Derecho, la cuestión se ha extendido vulgarmente a tal punto que la seguridad jurídica desapareció y ya no impera la dictadura de la ley sino la dictadura del juez, es decir, de la autoridad, empezando por el inspector de policía y terminando en la Corte Constitucional.
La escuela positivista, es decir, la que predicaba que el juez debe aplicar la ley exclusivamente, fue reemplazada por la escuela del uso alternativo y de ahí en adelante se instruye que el juez es el verdadero creador del derecho, pero prescindiendo de las normas y acudiendo a principios morales, sociales y axiológicos que permitan aplicar la “justicia” al caso concreto.
Y esta teoría sería amable, como lo fue cuando el Rey Salomón ejercía ese poder, pero en la actualidad muchos jueces no tienen vocación por la justicia y no la entienden porque además de que no comulgan con la ética, tampoco tienen la sensibilidad emocional que les inspire estéticamente la admiración de la belleza. Sencillamente, son burócratas arribistas.
Su autoridad, acreditada con doctorados, maestrías, especializaciones y otros artículos de consumo del mundo académico, los habilita para el petulante discurso retórico del cual se valen para demostrar que lo blanco es negro y lo negro blanco. Qué diferencia con las sentencias de Sancho Panza, cuando era gobernador de la Ínsula Barataria, concluidas de la lógica elemental y no de razonamientos intrincados y arrevesados; igual se puede decir del juicio al Mercader de Venecia. Pero esos doctores no son humanistas, son simples tinterillos titulados.