Cuando se habla de neoliberalismo, la derecha dice que no existe y la izquierda que es lo único que existe. Naturalmente ambas afirmaciones son una exageración. Entre otras cosas porque el neoliberalismo sí existe, a pesar de lo que niegue la derecha, especialmente la más libertaria, pero su existencia depende de una convivencia con el socialismo más íntima de lo que la izquierda, especialmente la más comunista, está dispuesta admitir. Hay que proceder entonces aclarar en qué consiste el afamado neoliberalismo.
Para empezar, el neoliberalismo es una renovación del liberalismo que se formaliza por la llamada Escuela de Friburgo, o más conocida como “ordoliberales”, justamente porque sus ideas eran divulgadas por un anuario titulado “Ordo”, editado por docentes de la Universidad de Friburgo. Figuras como Walter Eucken (1891-1950), Franz Bohm (1895-1977), Wilhelm Röpke (1899-1966), Alexander Rüstow (1885-1963), Alfred Müller-Armack (1901-1978) y Ludwig Erhard (1897-1977), entre otros, figuran como sus principales representantes. La nacionalidad alemana de todos ellos es sintomática de que el liberalismo en Alemania fue una tradición de las más robustas de Europa, pero a su vez la que más rápidamente fue criticada y atacada por el conservadurismo y el socialismo, dos de sus principales rivales que en Alemania tendrían una similar y posterior enorme fortaleza.
La Primera Guerra Mundial hizo que muchos liberales, especialmente los europeos y particularmente los alemanes -que estuvieron del lado de los derrotados- buscaran actualizar el ideario liberal de cara a un reto muy caro a dicha tradición de pensamiento: la naturaleza de la relación entre el Estado y la economía de mercado. Para estos nuevos liberales, o “neo” liberales, el Estado no solo debería salvaguardar su rol de protector de la propiedad privada como provisor de seguridad y justicia, sino extenderse a una provisión de mínimos de seguridad social en temas de salud, educación, pensiones, entre otras, así como una intervención legislativa que garantice la libre competencia. En últimas, se trata de que la economía de mercado vaya “más allá de la oferta y la demanda”, como titula de hecho uno de sus libros Wilhelm Röpke, uno de los representantes más prolíficos de dicho “nuevo” liberalismo.
Este giro argumental fue en mayor o menor medida compartido por otros liberales del entonces que consideraban que el liberalismo debería acoger dentro de su ideario premisas de escuelas rivales, algo que en últimas se traduciría en pasar de una “economía de mercado” a una “economía social de mercado”, es decir, una organización social en la que el libre intercambio de derechos de propiedad sobre los medios de producción sea acompañada de una “legislación positiva en favor del capital”, como de hecho lo resume el comunista colombiano Jairo Estrada Álvarez en su libro “Construcción del modelo neoliberal en Colombia: 1970-2004” (2004).
En resumidas cuentas, el neoliberalismo es un esfuerzo por hacer del liberalismo algo más que el liberalismo mismo, aceptando darlo un rol al Estado mucho más allá del admitido hasta entonces, siempre y cuando conserve el rol que ha mantenido -o tratado de mantener- vigente hasta el momento. El tema es que hasta hoy, el neoliberalismo no ha logrado ni lo uno ni lo otro, generando frustración en la derecha e indignación en la izquierda. Por eso es que el debate, cuando se trae a colación, deja tanta confusión en vez de claridad, en parte porque el neoliberalismo no es sino un socialismo disfrazado de liberalismo.