El enemigo oculto | El Nuevo Siglo
Lunes, 20 de Diciembre de 2021

En medio de la urgencia de reactivar la economía, generar empleo, lograr la presencialidad en colegios y universidades y vacunar a los colombianos, nos hemos olvidado de algunos coletazos menos evidentes, pero no por eso menos importantes que nos deja la pandemia.

Me refiero al impacto mental que nos dejó la emergencia sanitaria en niños, jóvenes, mujeres, adultos mayores, y en general, en toda la población.

El confinamiento, el clima de vulnerabilidad colectivo, las muertes cercanas, la imposibilidad de despedirse apropiadamente de nuestros seres queridos, la inasistencia a centros educativos, la imposibilidad de socializar en edades donde es fundamental, la incertidumbre, la crisis económica, el miedo y esa cantidad de nuevas reglas sociales impuestas de un momento a otro, entre otras muchas cosas, son elementos con la capacidad de desestabilizar al más cuerdo.

A diario nos cruzamos con personas que “llevan la procesión por dentro”.

Personas que sufren insomnio, tristeza, desesperanza, miedo al futuro, inseguridad, depresión o un sentimiento de desarraigo que termina por hacernos sentir que deambulamos por un mundo que ya no es el nuestro.

Cada situación de éstas es dolorosa y afecta la vida de quien la padece y de los que lo rodean. El camino no es mirar para otro lado o alejarse con indiferencia del que evidencia que las padece. El camino es buscar una solución juntos.

Según la OMS, en 2030, es decir en 8 años, los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo. El 12,5% de todos los problemas de salud está representado por los trastornos mentales, una cifra mayor a la del cáncer y a la de los problemas cardiovasculares.

¿Alguien ha mirado en Colombia el crecimiento del consumo de antidepresivos, tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir?

La OCDE presentó un estudio sobre el impacto del covid en la salud mental de las personas y estableció que la precariedad laboral, la incertidumbre de volver a conseguir empleo o el desmejoramiento de las condiciones de vida por la pobreza, aumentan el riesgo de padecer angustia, ansiedad o depresión.

En el mismo sentido, concluyó que los jóvenes, las personas mayores, las mujeres y las personas con discapacidad, son algunos de los grupos de población que han visto más afectada su salud en este último año. Lo cual es muy grave, sobre todo con la cantidad de jóvenes y mujeres que tenemos en Colombia.

Es importante hacer el vinculo entre esta realidad y la drogadicción, el alcoholismo, la violencia intrafamiliar o los suicidios.

Esta situación también tiene impacto en el pesimismo que nos inunda y la incapacidad de vislumbrar panoramas futuros esperanzadores. Es importante acercarnos a esta realidad, encararla, y buscar cómo afrontarla.

Las familias no pueden sufrir esto solas. Debemos estar a su lado. Debemos soportarlos y ayudarles a ponerse nuevamente de pie. No podemos dejarlos solos. Es el momento de tender la mano. Hay que trabajar por una política de salud mental que, con profesionales competentes, nos ayude a superar este momento y volver a mirar la vida con optimismo y sentido de futuro.

En este momento esas situaciones tan dolorosas son atendidas y soportadas por las familias, necesitamos que ese esfuerzo se potencialice con una red de profesionales para que ayuden a tantas personas que sufren hoy en silencio, a que salgan de esos escenarios de angustia, soledad, precariedad, vulnerabilidad y dolor.

Ellos también son víctimas, no los revictimicemos con nuestra indiferencia.