EDUARDO VARGAS MONTENEGRO, PhD | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Septiembre de 2014

El alma sabe

 

Sabe  de tener conocimiento de algo y de tener sabor; las dos.  Lo que el ser humano necesita saber sobre sí mismo y sobre el mundo se revela cuando en lo que hacemos ponemos el alma, cuando estamos plenamente presentes.  Cuando empezamos a comer sólidos, por allá seis o siete meses después de nuestro nacimiento, aprendimos que hubo ciertos sabores que nos gustaron y otros que no.  Hay quienes no pueden con el sabor de la cebolla, el ajo o las espinacas, y otros que no soportan la remolacha, el chontaduro o el huevo. Eso se sabe sencillamente porque cuando degustamos las frutas, las verduras o las carnes por primera vez estábamos en ese aquí y ese ahora de la aventura del comer. Estábamos presentes, viviendo a plenitud esa experiencia, amarga, caliente, dulce, salada, picante, fría, dura, blanda, rugosa, tibia. Tal cual como a medida que fuimos creciendo descubrimos que eran las emociones que nos acompañan en el trayecto de la vida.

En la medida en que nos conectamos con nosotros mismos se va ampliando no solo el conocimiento del mundo de afuera sino el de adentro, el que verdaderamente es por un lado imprescindible y por otro ineludible.  Esa conexión con el alma es la que nos permite conocernos y conocer.  La unión estrecha con el alma de las cosas nos da la posibilidad de saborearlas en toda su integridad.  El problema es que estar plenamente presentes en nuestra experiencia vital es todo un reto que, aunque sencillo, es difícil de llevar a cabo.  A medida que crecemos vamos perdiendo esa conexión sublime con todo lo que somos y todo lo que es, como cuando estábamos en el vientre materno. Nos vamos conectado a otras experiencias del mundo exterior a costo de nuestra propia consciencia. Nos ocurre a todos, es parte del juego vital.

Lo maravilloso es que podemos volver a saber y saborear lo esencial. En el alma reside todo lo que requerimos conocer para tener una vida en armonía; la clave está en darse cuenta. Reconocer cuándo corresponde o no estar en un lugar o relación; cuándo es tiempo de mudarse de casa o actividad; cuándo es tiempo de actuar o hacer una pausa. Es permitir que la intuición aflore con sus mensajes -a veces explícitos, a veces simbólicos- y que muchas veces no aceptamos porque se nos atraviesan la desconfianza y la duda. Pero el alma siempre sabe. Cuando en cada momento permitimos escuchar nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestros pensamientos, las respuestas a lo que necesitamos conocer se evidencian, con solo el esfuerzo de estar conscientes.  Pequeño y poderoso esfuerzo, para que finalmente podamos reconocer los saberes y sabores del alma. 

@edoxvargas