Horizontes existenciales
La existencia puede tener diferentes horizontes. Para algunos no existe sino esta experiencia material que conocemos, con unos límites muy claros establecidos por el nacimiento y la muerte; no hay nada más allá. Para otros, después de esta vida terrestre sigue la vida eterna, lugar de premios o reprimendas, de acuerdo con lo que se haya hecho o dejado de hacer en el paso por la Tierra. Para otros, la experiencia que encarnamos aquí y ahora es una más de muchas encarnaciones, en las que tenemos por objetivo ir perfeccionándonos en el espíritu. Sea impuesta o aceptada voluntariamente, elaborada individual o colectivamente, cada perspectiva espiritual enmarca nuestros pensares, sentires y actuares. El llamado vital es a que nos realicemos plenamente.
Así pues, el horizonte existencial es más pequeño para algunos y más amplio para otros. Cada uno implica oportunidades para seguir creciendo en consciencia o riesgos de estancarnos en los egoísmos y ambiciones individuales. Si el horizonte existencial es pequeño, el riesgo es que todo valga, pues al fin y al cabo como no hay nada más, no hay consecuencia sobre nuestros actos; claro, también es viable hacer lo mejor posible, pues no habrá otra oportunidad. Si se cree en una sola vida eterna tras la muerte se puede actuar por miedo al castigo como consecuencia lógica del pecado, y exaltando el sufrimiento, pues habrá una recompensa en ese más allá prometedor, el cielo en el que por fin se van a premiar los pesares del mundo; al final resucitaremos en una vida gloriosa. Por supuesto, muchos actúan desde la consciencia, en esa búsqueda de la realización personal que solo es posible en una vida terrenal.
Si se cree en la reencarnación se hace una apuesta por aprendizajes continuos. El riesgo es pensar que es posible darse el lujo de dejar de aprender en esta vida, pues al fin y al cabo vendrán muchas más; entonces, ¿qué afán? O se puede reconocer que se evoluciona en consciencia, con el permiso de la Divinidad, y si bien no hay culpa ni pecado sí hay consecuencias de nuestros actos, no determinadas por un Dios sino creadas por nosotros mismos.
Tenemos el derecho de elegir nuestra propia apuesta espiritual, de definir nuestros propios horizontes existenciales, y de acuerdo con ellos vivir la vida. Sean cuales seas esas elecciones no escaparemos de los errores, conscientes o no; a experimentar todo tipo de emociones; a encontrarnos con esos otros compañeros de viaje, que resultan ser maestros fenomenales. Y podemos elegir vibrar en el amor o desconectarnos de él a partir del egoísmo, conectarnos con la esencia o negarla sistemáticamente. Cada quien escoge y cada quien construye sus consecuencias. Es cuestión de perspectiva.
@edoxvargas