EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Febrero de 2013

La belleza de la flor marchita

 

No  sé si usted ha apreciado alguna vez la belleza que se esconde en un pétalo que va perdiendo su color, o en la hoja que, amarillenta, se va escurriendo desde la copa de un árbol, para seguir alimentando la tierra. Tanto la flor como la hoja siguen entregando todo lo que tienen para dar, sin reserva alguna, sin escatimar uno solo de sus atributos en beneficio del universo. Pero no nos suelen gustar las flores marchitas o las hojas secas, salvo esas que duermen aplastadas entre pesados libros. Preferimos, por lo general, aspirar el aroma de un botón de rosa recién abierto, fresco y delicado, lejano aún de la muerte, pero no por eso libre de ella.

Lo mismo puede pasar con los seres humanos.  No nos gusta que la piel se arrugue, que los senos se caigan, que salgan bolsas debajo de los ojos, que el cuero cabelludo quede tan libre al viento como alguna vez el pelo que lo cubrió, que las carnes se aflojen, que el universo -con la gravedad de Newton y la incertidumbre de Heisenberg- nos sorprenda en algún chispazo de tiempo con una nueva huella en la piel.  Hipervaloramos con mucha frecuencia la lozanía de la juventud, maravillosa, exultante de brillo, pero pasajera, como todo en la vida.  Culturalmente damos un excesivo reconocimiento a una belleza que uniforma, como si los dientes de toda la humanidad necesitasen ser todos del mismo blanco para ser bellos o fuésemos mejores seres humanos por querer detener el paso del tiempo en nuestra propia biología.

Claro que es preciso cuidarse, y por demás sano. Por supuesto que nos merecemos amarnos y ese amor puede manifestarse en caricias humectantes, cremas reafirmantes o el láser y los implantes de un quirófano. El problema, creo yo, no radica en ello. El problema surge cuando ponemos todos los huevos en la canasta de la estética, dejando de lado nuestro interior. El corazón también se arruga; los músculos se cargan de los dolores del pasado; los ojos se opacan con el sufrimiento; la sanación no sólo está en el afuera…

Podemos ver en cada línea de expresión las sonrisas regaladas. Es mejor una bella arruga de alegría que un rostro tieso de inexpresión.  Podemos reconocer en un seno caído el amor de una madre que amamantó a su hijo, nutriéndolo no sólo de leche sino de todo su ser. Y si el seno sigue firme, ¡maravilloso!  Podemos no sólo operar nuestros cuerpos sino operar nuestras emociones y pensamientos,   reconciliándonos con estética e interioridad. Podemos llegar serenos a la muerte, luego de haber entregado lo mejor, como la flor que marchita yace ahogada en el florero.

@edoxvargas