Cambio inevitable
¡Cómo nos cuesta cambiar! Nos pasa a todos los seres humanos, en mayor o menor grado: tememos que la vida, tal y como la conocemos, se modifique, pues ello implicaría necesariamente tener que adaptarnos a las nuevas condiciones que nos plantea la existencia. Y todo parece indicar que, en contravía con lo que vivimos a diario, nos aferramos a la idea de que el mundo no puede cambiar, que el cambio es la peor cosa que nos puede suceder.
Pero la vida es cambio constante, aunque no queramos darnos cuenta. A veces los cambios son lentos, como en la vida de las tortugas galápagos que viven fácilmente más de 200 años. En otras ocasiones, son vertiginosos, como en la vida de una mariposa, que en el lapso de horas pasa de la prisión del ovillo a la libertad del viento, para morir tras efímeros minutos de vuelo. ¿Y yo qué tengo que ver con la tortuga o la mariposa? Podrá preguntarse. Todo, absolutamente todo, pues la idea de separación es sólo eso, una idea. Todos somos uno, aunque no lo parezca o nos cueste trabajo reconocerlo. Vivimos los mismos ritmos lentos y rápidos de la naturaleza, en nuestra propia individualidad, o en las dinámicas inherentes a nuestros sistemas, desde la familia hasta la especie humana, pasando por las culturas y nacionalidades.
Tenemos mucha resistencia al cambio, y para ello aducimos diferentes razones: es que siempre ha sido así; es que ya son años acostumbrados a ello; es que es el “orden natural” de las cosas… y nos llenamos de esques, esas anclas que no nos dejan navegar hacia otros puertos, en los que posiblemente tendremos más aprendizajes. Ah, ¡a lo mejor tampoco queremos aprender! Los nuevos aprendizajes implican movimiento, justamente ese que no queremos tener. La ecuación es sencilla: como no quiero cambiar, no tengo necesidad de aprender, luego no me muevo. El asunto es que la vida nos mueve, nos guste mucho, poco o nada. Pero nos aferramos a nuestras ideas sobre el mundo como si fuesen las únicas tablas de salvación en la mitad del océano de la incertidumbre.
Entonces, lo más sensato sería moverse con el ritmo de la vida, pues a la final es inevitable. Entre más nos opongamos, el cambio nos dará más duro; pero si, por el contrario, nos montamos en la ola del cambio, podremos estabilizarnos y jugar con la marea, para que su corriente en lugar de tumbarnos, nos empuje. Hoy le invito a revisar esas cosas que no se atreve a cambiar, así intuya que lo que conviene, es justamente el cambio.
Nos hemos llenado la cabeza, el corazón y el cuerpo con tanta información, la mayoría irrelevante.