Eduardo Vargas Montenegro | El Nuevo Siglo
Lunes, 17 de Noviembre de 2014

Los encuentros

Cada encuentro que tenemos con otra persona tiene un sentido, nos guste mucho, poco o nada la forma en que se da esa suerte de cita. Como vivir es igual a aprender, aunque no aparezcan como sinónimos en los diccionarios, cada confluencia entre dos personas implica unos aprendizajes que muchas veces no reconocemos de inmediato o que incluso nunca vemos. Lo cierto es que bien sea en el abrazo o en el tropezón hay nuevas lecciones que aprender e integrar en esas coincidencias. 

Los abrazos nos gustan, los celebramos: así sea uno tímido, de esos en los que casi no hay contacto, o uno que aprieta los huesos, cuando nos abrazamos nos estamos entregando al otro, le estamos dando el permiso de entrar en nuestra vida o de continuar en ella. Abrir los brazos es bajar las defensas y ofrecerse con todo lo que se es; hay total exposición al otro desde el corazón y las vísceras, literalmente.

En estos encuentros cálidos podemos seguir aprendiendo sobre la fuerza del amor, que se manifiesta en solidaridad, generosidad, compasión y entrega. Nos hermanamos desde lo físico hasta lo espiritual, pasando por los sentipensamientos de gozo que se nos cruzan cuando el abrazo es sincero.  Reconocemos que somos iguales.

Hay otros encuentros, que -aunque al ego le puedan parecer desencuentros- terminan por darnos otro tipo de lecciones vitales. En ellos es clave no solo preguntarse el porqué de la discusión, el malentendido o la confrontación, sino también el para qué.  Los porqués son necesarios, pues nos ayudan a comprender las causas que han generado esas consecuencias que nos parecen aburridoras, pero también nos pueden conducir a la culpa, ajena o propia, a lamentarnos y a conjugar el verbo haber en su tiempo perdido: el hubiera. Los para qués nos sacan de las zonas de confort de regodearnos en el pasado y nos proyectan desde el presente hacia el futuro. Cuando nos preguntamos para qué han sucedido encuentros que calificamos de infortunados podemos ampliar la mirada sobre nuestra propia vida y reconocer en situaciones difíciles nuevas oportunidades para aprender.  Y las respuestas llegan.

Detrás de cada encuentro hay una razón de ser. Eso que no habíamos visto, lo que ni siquiera imaginábamos y que es clave para seguir fluyendo, se puede encontrar detrás de un atropello, un enfado o una discusión. Por eso atreverse a formularse la pregunta sobre el “para qué” puede ser muy liberador y sanador, nos puede colocar realmente en otro lugar frente a la vida. Si agradecemos cada encuentro, no solo los bonitos, y nos preguntamos para qué pasaron, incluyendo a los bonitos, estaremos profundizando en ser testigos de nuestra propia vida. Y al ser testigos, somos conscientes.

@edoxvargas