Mientras tanto…
Hoy en Colombia empezamos la elección de quien ocupará la Presidencia de la República durante los siguientes cuatro años, tras una campaña electoral que ha brillado por la superficialidad, la manipulación, las mentiras, las acusaciones mutuas, desde algunas toldas mucho más evidentes que desde otras. En su mayoría se nota que quienes viven de la política, que han hecho del servicio público un trampolín para sus intereses personales, están ante todo comprometidos consigo mismos, con sus deseos egoicos, sus ambiciones de poder, sus deseos de venganza y sus anhelos de gloria. Nada diferente de lo que ocurre en la esfera privada, donde también se da todo ello, de manera menos visible. Nada diferente de las pasiones humanas, entre las que nos movemos todos, pues si estamos aquí distamos bastante de ser ángeles.
Como juzgar a los otros resulta tan fácil, encontramos regueros de tinta en los que se mira la paja en el ojo ajeno y se auto-alaba lo propio, con tal de capturar el voto de ese 30 o 35% de la ciudadanía que aún cree que desde la democracia -imperfecta, tramposa y mañosa, pero al fin y al cabo la única que tenemos- se van a resolver los problemas del país. Claro, hay otras tácticas para ganar ese voto, tan conocidas que no amerita el esfuerzo enumerarlas. ¿Cómo hacer para que en medio de tanto desamor logremos dar aunque sea un paso hacia adelante y no dos hacia atrás? Como en otras ocasiones, no pregunto aquí por el amor romántico, sino por el amor como fuerza que sostiene todo lo que existe, ese que debería ser la base de la política, como de cualquier oficio, y que está entre perdido y envolatado.
Nadie cambia si no quiere. Nadie eleva su nivel de consciencia si no lo trabaja. Nadie se conecta con esa fuerza-amor mientras no le interese. Por eso es que cambiar al político o al vecino de al lado es imposible, ya que la transformación interior es una tarea individual y voluntaria. La política no cambia, entre otras cosas, porque la ciudadanía -en su gran mayoría y con afortunadas excepciones- tampoco cambia, no se transforma en lo individual para que desde allí se den cambios en lo colectivo. Sigue entregando su propio poder a ídolos de barro, continúa también desconectada del amor.
Lo único que cambiaría efectiva y estructuralmente el rumbo de una sociedad es que cada quien eleve su propia consciencia: que, entre otras cosas, no se deje sobornar, no actúe desde el miedo, haga lo que tiene que hacer; que asuma el lugar que le corresponde. Mientras tanto, del ahogado el sombrero. Mejor iniciar una “mala” paz que eternizar una “buena” guerra.
@edoxvargas