Eduardo Vargas Montenegro | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Enero de 2016

ESENCIA

Somos uno

“Todos somos aprendices en la escuela de la vida”

 

 

Decir que todos, todos, estamos hechos de lo mismo no resulta nada nuevo, pero es preciso seguirlo diciendo, a ver si de tanto repetirlo lo empezamos a reconocer y a vivir. Es preciso insistir en ello, pues llevamos milenios en los cuales lo que hemos creído -y de paso creado- es la noción de separación, que se manifiesta en todos los ámbitos de la existencia y se da de maneras más artificiales que naturales. Hemos confundido dos verbos que son distintos: por un lado esta distinguir, “conocer las diferencia que hay de unas cosas a otras”, y por otro separar, “establecer distancia, o aumentarla, entre algo o alguien y una persona, lugar o cosa que se toman como punto de referencia”, de acuerdo con las definiciones del diccionario de la RAE.  Claro,  es necesario diferenciar el estómago del esófago, el hígado y el colon, pues cada uno desarrolla actividades distintas; pero si los separáramos, sencillamente moriríamos.

 

Sí, cada ser humano es único, diferente en sus particularidades, pero en esencia perteneciente al mismo sistema, con todo lo que hay en el planeta y el universo.  Pero la visión holista de la existencia, connatural a todo cuando existe y ya reformulada por Plotino y los neoplatónicos, sigue ignorada por muchos.  Entonces llegan las separaciones: ustedes los malos, nosotros los buenos; los corruptos y los impolutos; los manchados y los puros.  Por supuesto no se trata de desconocer las diferencias en cuanto a comportamientos y consecuencias personales, familiares y sociales de nuestras acciones.  Se trata, creo yo, de verlas desde otra perspectiva, incluyente, comprensiva y propositiva: estamos en una escuela llamada vida y todos somos aprendientes, como afirma el gran maestro de la biopedagogía, Francisco Gutiérrez.  Quien comete actos de corrupción no va a cambiar por más jurisprudencia o sistemas carcelarios que existan; si así fuese, el crimen se hubiese acabado desde la antigua Asiria. Es un tema de desarrollo de la consciencia, de ir acumulando aprendizajes vitales.

 

Creo que se trata de ser compasivos entre nosotros, con nuestros errores, propios y ajenos, sin que ello implique no asumir sus consecuencias. Cada quien es responsable por sus acciones, pero esa responsabilidad será mejor apropiada si la concebimos desde el amor que desde la lucha.  Si se equivocó, que lo asuma y repare; pero si le añadimos la carga del juicio inmisericorde y eterno por sus errores, además de adjetivos pomposos para calificar con el dedo acusador desde nuestro lugar inmaculado, no nos estamos permitiendo aprender.  Igualmente con nuestros propios errores, porque en este planetica todos nos equivocamos. En realidad hacemos parte del mismo cuerpo, estamos unidos intrínsecamente, somos iguales, somos uno. De los errores de algunos podemos aprender todos... si queremos.