Responsabilidad, esfuerzo, amor
¿Qué tal si cambiásemos la culpa por responsabilidad? ¿Qué pasaría si cambiamos el sacrificio por esfuerzo? ¿Qué, si decidimos no sufrir más, atravesar el dolor y conectar con el amor? Ocurriría que tendríamos una mejor calidad de vida, más sana, con un lenguaje más asertivo. Sucedería que aumentaríamos exponencialmente las posibilidades de llevar armonía a la cotidianidad de nuestras relaciones, con nuestra familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los hijos, la pareja… Es sencillo, pero no fácil, pues estamos tan acostumbrados a culpar -y culparnos-, sacrificarnos y sufrir que pensamientos y sentimientos contrarios son vistos, cuando no absurdos, al menos sospechosos. Como el lenguaje crea realidad, la que estamos creando con sufrimientos, culpas y sacrificios es una que hace que la vida sea, en efecto, un valle de lágrimas.
Por supuesto que es imprescindible reconocer los errores para crecer como personas y vivir en comunidad. Darse cuenta de las equivocaciones nos hace humanos, y nos hacemos todavía más humanos cuando desde la compasión comprendemos el error propio y el ajeno. Se dice facilito y hacerlo es todo un reto. Cambiar la culpa -que paraliza, señala, encoje y enajena- por la responsabilidad, esa habilidad para responder ante los problemas de la vida, nos sacaría más rápida y amorosamente de los atolladeros en los que nos metemos. Pero están a la orden del día el juicio y la crítica; muchas veces somos implacables con quien se equivoca o creemos que lo hace: el opositor político, quien practica otra religión o sencillamente no tiene, o quien comete un delito.
Se nos olvida, no lo sabemos o nos negamos a creerlo, que aquí en este diminuto planeta perdido en los confines del Universo todos estamos para aprender. Claro que hay normas de convivencia que hemos venido concertando a lo largo de la historia humana, y es fundamental cumplirlas. Pero de ahí a condenar sin compasión a quien no las cumple hay mucho trecho.
Nos encanta encontrar culpables, verlos sufrir. Incluso nos culpamos golpeando nuestra glándula timo, esa que se esconde detrás del esternón y regula la energía vital. Si nos sentimos culpables, sufrimos y nos sacrificamos, creemos estar dando la cuota inicial para el viaje eterno al paraíso, sin reparar que lo podríamos crear inmediatamente si nos diésemos el permiso de tener pensamientos, emociones y acciones más sanas.
No creo necesario sacrificarse; sí esforzarse y dar lo mejor de sí en cada momento, sin ceder en el amor propio, la sana autoestima. Tampoco creo necesario sufrir; sí, reconocer el dolor de una pérdida, un fracaso o una frustración, para dejar de ser víctimas, actuar con responsabilidad y avanzar hacia estados más armónicos. Podemos cambiar aquí y ahora.
@edoxvargas