Eduardo Vargas M. PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 22 de Noviembre de 2014

Responsabilidad, esfuerzo, amor

 

¿Qué tal si cambiásemos la culpa por responsabilidad? ¿Qué pasaría si cambiamos el sacrificio por esfuerzo? ¿Qué, si decidimos no sufrir más, atravesar el dolor y conectar con el amor? Ocurriría que tendríamos una mejor calidad de vida, más sana, con un lenguaje más asertivo. Sucedería que aumentaríamos exponencialmente las posibilidades de llevar armonía a la cotidianidad de nuestras relaciones, con nuestra familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los hijos, la pareja… Es sencillo, pero no fácil, pues estamos tan acostumbrados a culpar -y culparnos-, sacrificarnos y sufrir que pensamientos y sentimientos contrarios son vistos, cuando no absurdos, al menos sospechosos. Como el lenguaje crea realidad, la que estamos creando con sufrimientos, culpas y sacrificios es una que hace que la vida sea, en efecto, un valle de lágrimas.

Por supuesto que es imprescindible reconocer los errores para crecer como personas y vivir en comunidad. Darse cuenta de las equivocaciones nos hace humanos, y nos hacemos todavía más humanos cuando desde la compasión comprendemos el error propio y el ajeno. Se dice facilito y hacerlo es todo un reto.  Cambiar la culpa -que paraliza, señala, encoje y enajena- por la responsabilidad, esa habilidad para responder ante los problemas de la vida, nos sacaría más rápida y amorosamente de los atolladeros en los que nos metemos.  Pero están a la orden del día el juicio y la crítica; muchas veces somos implacables con quien se equivoca o creemos que lo hace: el opositor político, quien practica otra religión o sencillamente no tiene,  o quien comete un delito.

Se nos olvida, no lo sabemos o nos negamos a creerlo, que aquí en este diminuto planeta perdido en los confines del Universo todos estamos para aprender. Claro que hay normas de convivencia que hemos venido concertando a lo largo de la historia humana, y es fundamental cumplirlas. Pero de ahí a condenar sin compasión a quien no las cumple hay mucho trecho.

Nos encanta encontrar culpables, verlos sufrir. Incluso nos culpamos golpeando nuestra glándula timo, esa que se esconde detrás del esternón y regula la energía vital.  Si nos sentimos culpables, sufrimos y nos sacrificamos, creemos estar dando la cuota inicial para el viaje eterno al paraíso, sin reparar que lo podríamos crear inmediatamente si nos diésemos el permiso de tener pensamientos, emociones y acciones más sanas. 

No creo necesario sacrificarse; sí esforzarse y dar lo mejor de sí en cada momento, sin ceder en el amor propio, la sana autoestima.  Tampoco creo necesario sufrir; sí, reconocer el dolor de una pérdida, un fracaso o una frustración, para dejar de ser víctimas, actuar con responsabilidad y avanzar hacia estados más armónicos. Podemos cambiar aquí y ahora.

@edoxvargas