EDMUNDO LÓPEZ GÓMEZ | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Diciembre de 2013

“Pa’ que se acabe la vaina”

 

Con  mis pesos de jubilado en el bolsillo entré a la librería de un centro comercial bogotano a comprar uno de los dos libros más comentados de la semana. Debía  escoger entre el escrito por el expresidente  Andrés Pastrana y el de William Ospina. Me decidí por el último y no propiamente por el diagnóstico descalificador que hiciera el expresidente Gaviria  del que escribiera el polemista exmandatario, con palabras irrepetibles. No. Mi decisión fue razonablemente tomada pues la escritura y estilo de William Ospina me han fascinado hasta llegarlo a considerar como el más lúcido entre tantos que merecen nuestra admiración.

La honradez intelectual de Ospina a través del libro es tal vez el  mejor atributo para recomendar su lectura.  Cada párrafo ha sido meditado; cada línea merece subrayarse. La palabra ha sido sopesada y el concepto sale limpio como si hubiera brotado de una cantera incontaminada. Su cultura, su conocimiento no solo de la geografía del país sino  de la idiosincrasia de la nación diversa que es Colombia -apenas unida por el cordón umbilical de la lengua castellana, como él lo advierte-, le hace decir cosas que merecen la reflexión profunda de sus compatriotas, para no seguir acaso en la pendiente de las frustraciones que se gestaron desde el propio nacimiento de nuestra República.

¡Cuántas verdades dice Ospina en su libro! Producto de su análisis desprevenido, de su cultura inmensa, y sobre todo, repetimos, de su honradez intelectual para no ponerle máscaras al pensamiento.

Abrimos una de sus páginas -y para muestra un botón-, en la página 45,  apunta: “Pero si la principal característica de la nación es su dispersión y su dificultad de configurar una comunidad solidaria, la principal característica de la dirigencia, para darle ese nombre inmerecido, fue desde el comienzo respetar más la formas de la democracia que su esencia. La muestra fue siempre una democracia de fachada, lo importante no eran los derechos y la dignificación de los individuos; lo importante no eran la igualdad de oportunidades, la igualdad ante la ley, la protección de la vida, la honra y los bienes de los ciudadanos: lo importante eran las formalidades, el papel sellado, los discursos pomposos, todo lo que cupiera, no en la compleja realidad sino en el  golpe de una frase importante”.

Hemos vivido, en otras palabras, con la careta  de la hipocresía  puesta. Inmersos hoy, para más señas, en un proceso de paz que permite, sin embargo, las más crueles violaciones de los derechos humanos, y dejando por fuera, rodeados de impunidad, a otros protagonistas que  delinquen  con igual o mayor  violencia,  ¡las bacrim !

 Vale decir que “pa’ que se acabe la vaina” hay que comenzar a conocer la verdad, como lo hace William Ospina en su excelente libro.

 Edmundolopezg@hotmail.com