Ciudadanos empoderados
LAS multitudinarias marchas del sábado son una lección de democracia para nuestros dirigentes, que deben tomar atenta nota de lo que el pueblo colombiano les está diciendo. O cambian o los cambian, pues de la desconfianza a la ilegitimidad hay un solo paso. Un muy corto paso.
La propaganda y la desinformación ya no lograron ocultar la verdad: Los “ciudadanos de bien”, los que no han asesinado, ni extorsionado, ni secuestrado, ni colocado bombas, ni sembrado minas antipersona , los que trabajan juiciosamente, pagan impuestos y cumplen la leyes, se hicieron oir. Exigieron ser escuchados y respetados.
El Presidente no puede ignorarlos ni volverle la espalda a la mayoría del país. Como lo resumió uno de los marchantes: “Él no puede seguir negociando con el terrorismo en vez de negociar con los ciudadanos”. La copa se llenó y la gota que rebosó la paciencia fue el anuncio de los diálogos con el Ejército de Liberación Nacional, mientras el recién liberado Ramón José Cabrales denunciaba que pasaba de secuestrado a deudor. Que no se trató de un gesto humanitario sino de una transacción económica. ¡Por Dios!
La ruptura entre el Presidente y los ciudadanos, corre el riesgo de terminar en divorcio definitivo. Sonaron las alarmas, pero no con disparos, como lo preveían los estrategas del mal, sonaron con pitos y trompetas de civilidad en medio de coloridas camisetas tricolores que le devolvieron al país la esperanza. Toma plena vigencia la frase que tanto repetía Jorge Eliécer Gaitán: el pueblo es superior a sus dirigentes.
Quienes marcharon no fueron los del clan Úsuga, sino unos ciudadanos pacíficos, indignados y valientes. Amas de casa empoderadas que desfogaron con sus gritos y pancartas, no con balas, la indignación que sienten ante un gobierno que se empecina en no escuchar lo que dicen las mayorías y una clase política que en su mayoría se está haciendo el harakiri.
No es difícil imaginarse a algunos de estos “líderes” aterrados ante los ríos de multitudes pacíficas pero no sumisas, pensando ya en voltearse para conservar sus curules o en cobrar muy caro, su retiro de la política. Porque no será, precisamente, un gobierno de las Farc, el que les devuelva su preminencia.
Quiénes marcharon no son los enemigos de la paz. Los enemigos de la paz son quiénes nos han martirizado por décadas con métodos terroristas. En esas multitudes estaban integradas por unos buenos hombres y mujeres de Colombia, gente hastiada de la violencia, dispuesta a una reconciliación real, con las cartas sobre la mesa, sin engaños, sin manipulación del lenguaje, dentro del respeto a nuestra Constitución.
Es la demostración serena de un pueblo vital y empoderado que no está dispuesto a someterse a la dictadura de unas minorías violentas.
Quedaron notificados el Gobierno y la mayoría de los medios de comunicación que no hay estrategia válida para impedir que el pueblo haga valer sus derechos en una democracia, y que la demostración pacífica es, en definitiva, más eficaz que la violenta.