“Ni siquiera en el deporte profesional”
PLAN DE POPULARIZACIÓN
El fútbol no es solo negocio
NO todo debe ser negocio en el deporte de alta competencia. Ni siquiera en el deporte profesional que incluye el afán de lucro como parte integrante de su funcionamiento y el dinero como motivador de hazañas
individuales y de equipo. En esos altos niveles el amateur es una planta exótica.
Los triunfos deportivos siempre tuvieron profunda trascendencia social, alientan el sentido de comunidad, son factor aglutinante de solidaridad, instrumento educador de masas. Y así ha sido siempre, desde la olimpíadas griegas.
Para amplios sectores de la población, los héroes deportivos son los modelos a imitar en nuestros días. Pero todo eso se difuminará en el aire si no se encauza hacia fines colectivos concretos. O lo hacemos pronto o sus efectos no pasarán del auge de los negocios que florecen alrededor de las competencias.
Para circunscribirnos a un campo específico, el fútbol, no podemos dejar que esos entusiasmos se vuelvan cada día más pasajeros, y que sus efectos se apaguen con los ecos del grito de gol. Tenemos estadios y equipos y ahora, además, buenos jugadores, verdaderas personalidades que no deben desaparecer después del tercer partido malo, el desperdicio de un penalti o una infortunada lesión que los saca de la alineación y los congela en la lista de discapacitados. Pueden dar más y merecen ser reconocidos por sus contribuciones a la formación de un conciencia colectiva y solidaria.
Podríamos, por ejemplo, poner en marcha un sencillo plan de popularización del deporte, con efectos altos y costo cero.
Los estadios no se llenan. Hace años que la gente no acude. En consecuencia los equipos no incrementan sus ingresos por concepto de taquilla y, muchas veces, las graderías quedan en poder de unas llamadas barras bravas, verdaderas bandas delincuenciales, que hacen aparecer los antes aterradores hooligans como unos pacíficos espectadores.
¿Qué tal invitar a los estudiantes de colegios populares a ocupar los asientos desperdiciados? Habrá efectos instantáneos. Desde los primeros años se fomenta la afición de los niños, que pronto serán adolescentes apasionados pero respetuosos de su deporte. Se estimula la distracción sana, sin generar nuevos costos. La presencia de los niños que vienen bien aleccionados desde sus colegios y escuelas destierra la violencia. Los equipos encuentran nuevas canteras de hinchas sanos, que entran en contacto directo con el deporte de sus preferencias.
Y los resultados serían aún mejores si este programa se complementa con visitas periódicas de los jugadores a escuelas y colegios, para dirigir unas prácticas o simplemente, para compartir con los jóvenes.
En algunos estadios ya se ensayó con éxito algo semejante. En Bogotá, por ejemplo, en el Campín, una pequeña tribuna llamada de gorriones, acogía gratuitamente a los niños pobres.
En sus ambientes naturales los nuevos aficionados serán unos multiplicadores de la más alta efectividad, una buena materia prima para la formación de asociaciones de aficionados que conviertan a sus equipos en clubes con todas las de la ley.
Es una idea elemental, con efectos directos, que a nadie perjudica, no causa costos de ninguna especie, no le quita ningún asistente a ningún equipo en ningún partido. Por el contrario, es más probable que familiares y vecinos terminen decidiéndose a asistir. Solo falta que los dirigentes se decidan a ponerle, físicamente, pueblo al fútbol.