Los trancones más caros del mundo
En medio de las noticias alarmantes sobre inseguridad del transporte público, Planeación Nacional le agrega un dato preocupante al problema de la movilidad: es costosísimo. Los trancones equivalen al dos por ciento del Producto Interno Bruto.
Hace pocos meses un estudio de Fenalco calculaba ese costo en medio punto del PIB. Alarmante por donde se le mire. ¿Qué decir, entonces, de las nuevas cifras que lo cuadruplican?
Dieciséis billones de pesos anuales (sí, billones con b) son una suma escandalosa. Y con toda certeza será mayor si se calcula el impacto sobre la salud de usuarios y no usuarios de las pésimas condiciones contaminantes del transporte urbano, y las alteraciones síquicas de los condenados a padecer los atascos diarios, embutidos en vehículos que los apretujan como cajas de sardinas. Aunque, el símil no es del todo exacto, pues a las sardinas no les roban billeteras y celulares como a los pasajeros de Transmilenio.
Pero el costo de la ineficiencia no para ahí. Lo paga la comunidad entera, especialmente los trabajadores que no tienen alternativa para transportarse y quienes viven en la periferia. Hay que sumar, además, el efecto sobre los fletes de toda clase de carga.
Mientras el problema aumenta y pronto tendrá que hablarse de inmovilidad en cambio de movilidad, las soluciones propuestas son un prodigio de candidez y falta de imaginación. Repiten los lugares comunes que satanizan el transporte privado, aborrecen el automóvil particular y comienzan a odiar las motos, quieren fomentar la bicicleta como medio masivo y en últimas le piden a la gente que ande a pie. Por ese camino muy pronto aparecerán supuestos expertos que propondrán la solución definitiva: nadie salga de su casa.
Ya se ensayó la construcción de ciclorrutas. Pero los diseñadores trazaron gran parte de ellas sobre las aceras por donde transitan peatones. Los obligarán a caminar entre ciclistas que los rozan peligrosamente y los ciclistas tendrán que arriesgarse, zigzagueando entre los ingenuos que no han sido notificados del despojo de sus espacios naturales, y si antes tenían que torear automotores en las calzadas, ahora torearán bicicletas y motocicletas en la rutas invadidas por las bicicletas prestadas por las autoridades y las motos que usurpen los nuevos trazados.
Para completar el cuadro con un ingrediente típicamente colombiano, la licitación pública para adquirir las bicicletas que les suministrarán a los bogotanos, está tan complicada como cualquier licitación de ambulancias. Las cuales, dicho sea de paso, deberán incrementarse para atender el número de nuevos lesionados en franjas compartidas con peatones y motociclistas. Todo sea por la ojeriza contra el automóvil particular, cuya proscripción se considera un punto clave de la lucha de clases que enfrentará a los oligarcas motorizados con los proletarios de a pie.
Ante la tragedia creciente de la inmovilidad, rogamos al cielo que ilumine a los responsables de recuperar la movilidad en las ciudades, para que el Alcalde de Bogotá pueda transportarse en Transmilenio y llegar a tiempo a su trabajo sin necesidad de estar protegido por un batallón de escoltas.