Víctimas en la periferia
Por respeto a los lectores nunca escribo en primera persona, pero dados los alcances de la reunión que organicé con víctimas de las Farc en el club El Nogal, a la que invité a 16 organizaciones más, me veo obligada a hacerlo por primera vez.
Desde el 2001, emprendimos la tarea de darles visibilidad nacional e internacional, voz e interlocución democrática a víctimas de todos los actores armados. En nuestras investigaciones aprendimos que el dolor y el daño ocasionados a la dignidad de un ser humano son exactamente los mismos, independientemente de quien cause la tragedia, lo que nos trajo no pocos dolores de cabeza.
Años después pedí ser escuchada en juntas de parlamentarios conservadores y liberales. El tema de las víctimas, para entonces, sonaba subversivo. El liberalismo con César Gaviria y Juan Fernando Cristo comprendieron la dimensión humanitaria de la propuesta: legislar a favor de las víctimas y hacer el primer día de solidaridad del Senado con las víctimas. Fue la semilla que después fructificó en la ley que el presidente Santos presentó al Congreso y sacó adelante. Esto por sí solo, es razón suficiente para pasar a la historia.
Cuando se anunció el proceso de paz con las Farc, aplaudimos la noticia con esperanza y sólo cuando se dio a conocer la declaración de principios nos preocupamos, porque la metodología contempla la inclusión de todas las víctimas de todos los actores armados durante 50 años. Un universo casi infinito. Y si los diálogos son con las FARC ¿Qué tiene que decir ese grupo armado, sobre las víctimas de otros actores? Si las víctimas de las Farc no tienen tradición de organización y no participan de la mesa nacional ¿Quienes viajarán a La Habana en su nombre? Y en esta aglomeración, ¿quién preguntará a las Farc sobre los hijos, madres, hermanos de desaparecidos y secuestrados?.
Esa fue la única motivación que originó el foro del Nogal.
Allí acudieron el Comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, el negociador Humberto de la Calle, la Directora de la Unidad de Víctimas, Paula Gaviria, y un delegado de Naciones Unidas. Escucharon los estremecedores relatos de personas que ni siquiera se conocían entre sí. Martha Luz de Ujueta, del Nogal, preguntaba la verdad sobre por qué murió su hijo de 17 años; Jimena Ochoa preguntó por qué la seguían extorsionando si su familia ya había sido secuestrada en múltiples ocasiones; el general Mendieta pidió a las Farc deponer la arrogancia y pedir perdón; Juan de Dios Rentería de Bojayá, denunció el abuso de los suyos y María Ruby Tejada de Putumayo, reivindicó a las víctimas de violencia sexual. Y así sucesivamente… Todos reclamaron verdad, nadie habló ni remotamente de venganza.
El dolor no tiene color político. No cederá ante oportunistas ideologizados, ni ante descalificaciones mediáticas, ni ante anuncios de verdad a medias. Este es un clamor humanitario, que también hemos elevado por víctimas de Estado.
El comisionado Jaramillo prometió respuestas. De la Calle legitimó la búsqueda de la verdad. Paula Gaviria aseguró que “el peso de la paz no puede recaer sobre las víctimas” y Fabrizio Hochschild, de Naciones Unidas, visitó el grupo para ofrecer “plenas garantías”. Les creemos.
La única motivación fue ir a la periferia del dolor, a donde nos envió el Papa Francisco a abrazar, acoger, prestar primeros auxilios al que sufre y alzar la voz para impedir que se les revictimice mediante el silencio y la censura.