Que alguien nos explique…
Mientras el Ministro de Defensa anuncia que se descubrió un plan de las Farc para atentar contra el expresidente Álvaro Uribe, el fiscal general de la Nación, Eduardo Montealegre, y el anterior vicepresidente, Francisco Santos, voceros del Gobierno casi simultáneamente siguen calificando a quienes tienen objeciones a las conversaciones en La Habana, como enemigos de la paz. Es una lógica rebuscada.
Si le llegara a pasar algo al expresidente Uribe, un solo rasguño, ¿quién va a responder por andar inflamando los ánimos en su contra, con fines electorales? Por Dios, esto está pasando a mayores, estamos hablando del sagrado derecho a la vida. Y encima nos dan lecciones de tolerancia. ¿Se puede ser tolerante con las Farc e intolerante con la oposición política? Se pueden sentar a la mesa con quienes han cometido actos terroristas, pero no se pueden sentar el presidente Santos y el expresidente Uribe, precisamente por estar en las antípodas ideológicas? ¿De qué democracia estamos hablando?
La sensatez y lógica elementales se imponen. El presidente Santos y el expresidente Uribe no pueden seguir incendiando los ánimos de manera tan peligrosa, para complacer a sus barras bravas. Tienen que detenerse a tiempo. No sólo se hacen daño entre ellos mismos, arrastran con su irresponsabilidad verbal a nuestra democracia. Las consecuencias de sus palabras pueden llegar a teñir de más sangre este país. Y ahí sí que se olviden de sus sueños egocéntricos de pasar a la historia de la humanidad, como redentores. Dios los proteja y nos proteja de esta irresponsabilidad compartida.
El primer paso para creer en este proceso de paz es la coherencia. Y la coherencia en una democracia empieza por el respeto a las ideas ajenas. Tenemos todo el derecho a soñar y a que nos ilusionen con un país en paz. Pero aquí se está invirtiendo la carga de la prueba. A quienes no hemos disparado una bala se nos exige aceptar una lógica rebuscada para justificar lo injustificable, para que encontremos lógico que se planeen atentados contra personalidades, mientras que a quienes se atribuye su planeación pasean en yate, protegidos por gobiernos que apoyan a Nicaragua en sus pretensiones expansionistas en perjuicio de Colombia. Mientras tanto los medios siguen guardando un prudente silencio en aras de la paz.
¿Queremos una paz concertada o un sometimiento nuestro? Queremos creer en el proceso, en la paz, en la justicia social. Anhelamos que no se derrame una gota más de sangre. Pero nos están llevando al extremo de justificar lo injustificable, de guardar silencio frente a las contradicciones evidentes, de callar nuestros temores y natural falta de confianza y de recibir pasivamente las palabras incendiarias que intercambian Presidente y Expresidente.
Que alguien nos explique y nos ayude a creer en la buena fe de los actores de este proceso porque, finalmente, en Colombia todos queremos vivir en un país reconciliado y en paz.