DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 4 de Octubre de 2013

EPIDEMIA DE OLVIDO

Ingrata labor de los bomberos

Pasada la emergencia, pasada la atención. Levantado el paro, olvidadas sus causas.

En la manera típica de resolver problemas a la ligera se volvió habitual vivir apagando incendios y, una vez extinguido el fuego, nadie toma medidas de prevención para que ni renazcan las llamas ni  broten otras nuevas.

Bastante sufrió el país como consecuencia del reciente paro, que comenzó siendo agrario y se volvió un multiparo, al cual se le fueron pegando sectores aparentemente no comprometidos desde el principio, que encontraron en los primeros desórdenes un pretexto para alborotar el ambiente o, como dicen los extremistas más ingenuos, para hacer la revolución. Las imágenes escandalizaron a la opinión pública y desacreditaron lo que se presentó como una reclamación pacífica por causas justas.

Calmados los ánimos vino el olvido. Un profundo olvido a donde también fueron a parar varios ministros, unos porque se vieron desbordados por los acontecimientos y otros simplemente sacados al mismo tiempo para que les hicieran  compañía. Así pasa la gloria de este mundo. Hoy nadie se acuerda de ellos y casi nadie del paro.

La crisis de la salud, Nicaragua, las listas de candidatos para las próximas elecciones parlamentarias, más Nicaragua, las conversaciones de La Habana, la disolución del Parlamento Andino, el balancín del dólar, la violencia del fútbol, los insultos preelectorales entre candidatos a ser candidatos, todo ello reclama la atención del país.

¿El paro? Ya pasó. No hay un análisis serio de sus causas, ni la menor preocupación por saber si se están cumpliendo los compromisos contraídos para  lograr que se terminaran  las movilizaciones. Tampoco se  comprueba si las causas del malestar que explotó hace apenas unas semanas, siguen engendrando más inconformidad, convertidas en semilla de peores complicaciones futuras.

La epidemia de olvido afecta al país entero. Los medios de comunicación no dan abasto para informar sobre la sucesión de noticias que nos bombardean, los funcionarios públicos    apenas están recuperando el aliento después de los atafagos que sufrieron, los gremios  no  han terminado de inventariar  los daños de sus afiliados. Hasta los gestores del paro están descansando para ver a qué nueva aventura se lanzan. La academia  sigue de excursión por las nebulosas. Algunos centros de estudio  luchan contra la inercia ambiental y tratan de articular una respuesta coherente a lo que nadie  pregunta: ¿qué pasó? ¿Por qué pasó? ¿Volverá a pasar?

¿En cuánto tiempo se repetirá?

Cuando sobrevenga el episodio siguiente solo una cosa es segura: tomará al país por sorpresa. Porque aquí todas las crisis son anunciadas y todas, invariablemente nos sorprenden.  Por saltar de una a otra, no hay ni tiempo ni energías para concentrarse en ninguna. Ya es bastante el trabajo de apagar incendios por todas partes. Necesitamos unos bomberos que sean capaces de pensar en el próximo incendio mientras apagan el actual.

Todo eso es muy comprensible pero, si nadie mira más allá del humo, seguiremos de incendio en incendio hasta la conflagración mayor. Y los historiadores de catástrofes también lo encontrarán muy comprensible.