Extenuada llega la sociedad a la segunda vuelta presidencial. Entre denuncias, falsas noticias y estigmatizaciones, se enseñorea un ambiente de radicalización polarizante, en el que se desconoce al contendor. La descalificación que se viraliza en las redes resulta el lenguaje común.
La ciudadanía padece fatiga electoral. El ejercicio político que debería provocar diálogo y debate, más se asemeja a una confrontación sin árbitro ni reglas. Poca razón y mucha emoción. El temor y los personalismos predominan, en un escenario de posverdad paradigmático.
Es como si la política expresara la lucha de dos sociedades enemigas. No obstante, los candidatos finalistas encarnan a 14 millones de colombianos que votaron por ellos, son voceros de la democracia y deben actuar y ser tratados con respeto. Hablar de uno o de otro es referirse a quien representa a un sector del país.
Colombia registra la mayor proyección económica en la OCDE y muestra la más fuerte institucionalidad de la región, por lo que procede una mirada optimista para el futuro, frente a la profunda división que deja este proceso electoral.
El Presidente electo el 19 de junio tendrá que ejercer antes que nada como referente de la unidad nacional; así lo manda la Constitución. Cerrar heridas, facilitar un lenguaje ponderado, promover la convivencia política basada en el respeto a quien disiente, facilitar el diálogo social, son tareas más esenciales aún que implementar medidas contra la inflación, en las que debe comprometerse también quien llegue al Senado como el segundo en votación.
Las instituciones en el país son fuertes. Una justicia independiente asegura que se respete el derecho. El tejido productivo permite que la sociedad no se detenga y una prensa libre garantiza el control social sobre lo público.
Es la oportunidad del Congreso para demostrar su independencia, la capacidad de adelantar las deliberaciones que la sociedad requiere y ordenar la acción del gobierno. Como también es tiempo de potenciar una ciudadanía más involucrada en lo público.
Colombia no elige soberano, por lo que quien termine ungido por el voto popular es un servidor sometido a responsabilidades, que debe ejercer respetando el equilibrio de poderes.
El 19J no termina la historia. Vendrán otros actores, ojalá una ciudadanía más participativa y retos que habrán de sortearse desde el respeto a las instituciones y el acatamiento a la Constitución, como doctrina que vincula a todos.
El llamado a quien resulte Presidente para que lidere una consulta popular que legitime la acción transformadora del Estado, luego de la fractura que deja este proceso eleccionario.
No hay duda que la sociedad demanda cambios estructurales, como también que estos no pueden ser apropiados por un grupo. Se trata de abrir caminos para construir consensos y la Carta Política prevé justamente para ello la posibilidad de realizar consultas populares en ejercicio de una democracia directa, más necesaria en momentos de división.
El liderazgo convocante del elegido debe facilitar los caminos para que la sociedad se exprese sobre temas que nos unen como la lucha contra la corrupción, las medidas para realizar justicia social, garantizar el diálogo, mejorar el sistema tributario, incluir al campo, asegurar la paz, fortalecer la productividad y el desarrollo ambientalmente sustentable.
No basta con un plan de desarrollo impuesto por el ganador. Colombia reclama una gran consulta popular que marque una ruta incluyente, plural y diversa, con la que la sociedad reunifique lo que la política ha dividido.
La palabra la tendrá el Presidente: unión o incertidumbre, democracia o autoritarismo, confianza o temor. Gaitán recordaba que el pueblo es superior a sus dirigentes, ¡que así sea!