La colaboración más urgente para conseguir la paz, en estos momentos, sería un desminado humanitario del lenguaje.
Si de verdad queremos eliminar la violencia física, debemos empezar renunciando al lenguaje violento. No habrá paz en el país si no hay paz en los espíritus.
En Colombia todos lo sabemos, pero seguimos actuando como si lo ignoráramos.
Como una nefasta contribución a ese lenguaje violento, inventamos la manera de proclamar el deseo de paz “armando” las palabras, como si la agresión fuera la mejor forma de aproximarse a los adversarios y el camino ideal para buscar consensos. El resultado es un inevitable escalamiento de las confrontaciones hasta llegar al límite de la polarización, dividir más profundamente lo que ya viene resquebrajado y sembrar cizaña en donde debería cultivarse reconciliación.
Y se están sacrificando víctimas inocentes de un conflicto que ya terminó, cuya resurrección sería el más abominable crimen contra los cuarenta y seis millones de colombianos hastiados de violencia.
Pero esa pacificación de los espíritus quedará como una ilusión dolorosamente desperdiciada, si callan los fusiles pero siguen las actitudes arrogantes, la intolerancia, el ventajismo y el desprecio total por los males que sobrevendrán si se revuelven los rescoldos de una violencia renovada.
Por eso resultó tan lamentable que, mientras se celebraba con euforia anticipada un documento que hablaba de paz, en Algeciras un niño, Felipe, volaba con el cuerpo destrozado por el artefacto explosivo, que quien sabe cuánto tiempo esperó que alguien lo pisara.
Unos amigos de la paz arremeten contra otros amigos de la paz, con los peores epítetos. Pero todos están dispuestos a hablar con la guerrilla. Lo cual, dicho en otros términos, significa que están listos a dialogar con Timochenko, pero, no acaba de fluir el diálogo sincero entre el gobierno y la oposición. Está debilitado por la desconfianza mutua; la deslegitimación gubernamental, pública y constante del triunfo del no; la amenaza latente de un plan B jurídico, para desconocer los resultados del plebiscito y, sobre todo, por la gran mayoría de los medios de comunicación que se empeñan en dividir, polarizar e inducir al enfrentamiento político
Parece que la campaña por el plebiscito apenas estuviera empezando y los estrategas están minando de cargas explosivas el camino. Es tan lamentable el espectáculo que hasta las Farc fungen imperiales y serenas, “viendo pasar el cadáver del enemigo”, contemplando el espectáculo de una sociedad fracturada. Por eso, desde las alturas a las que fueron elevados, Rodrigo Granda afirma, sin recato, en el programa “La Noche” que no admiten un tercero en esa relación “simétrica” que tienen con el Gobierno.
Nuestra democracia no resiste este tipo de confrontaciones sin que las palabras se conviertan en el más eficaz generador de violencia. Todo esto sucede entre muestras de la mejor disposición para hablar con las FARC, y dificultades, que a veces parecen insalvables, para honrar la verdad con la palabra, conversar razonablemente y los amigos de la paz entre sí para aclimatarla en un país anhelante de ella.
La tarea será en extremo difícil, imposible dicen los más pesimistas, mientras el lenguaje siga enardeciendo los ánimos. Nadie querrá aventurarse a andar por un terreno minado.