Ha sido muy difícil poder escribir por estos días donde hay tanto caos, desorden, indignación acumulada y sobre todo muertes y más muertes, ahora no solo por un virus sino también por las múltiples manifestaciones del descontento en las calles. Creo que lo único que puedo sentir es gran desesperanza y he escuchado a diferentes personas a mi alrededor que tienen la misma sensación. Creo que el origen de la desesperanza en los seres humanos está relacionado con la percepción subjetiva que no tiene un sentido ni un significado claro en las situaciones dolorosas o difíciles que se presentan en el día a día. Lo veo con frecuencia en las personas que por una enfermedad en terminalidad sienten que el camino se trunca de manera repentina y no hay salida, no se logra encontrar el propósito ni el sentido de la enfermedad y lo único se logra ver es el final.
Relaciono todo esto con lo que vivimos actualmente en donde no se ven salidas, tenemos cada vez más personas infectadas por coronavirus, más muertos, menos conciencia sobre el riesgo de contagio y un flagrante incumplimiento de las medidas de autocuidado. Pero hay algo que me llama la atención poderosamente y es que, a pesar de ir en la pendiente del pico, la gente parece estarse inmolando, marchando, aglomerándose y usando de manera inadecuada el tapabocas. Es como si la desesperanza y la indignación los está llevando a tomar conductas de riesgo por no tener nada que perder, o mueren de hambre o mueren de las complicaciones de la infección del coronavirus y mientras tanto nosotros los profesionales de la salud intentamos contener un pico que está llevando al límite las capacidades del sistema, viendo cada vez más familias sufriendo, angustiadas, muchos muertos día a día. Esto me ha generado muchísimo dolor y tristeza que se acumulan al agotamiento.
Por lo anterior, mi invitación es recurrir a la resiliencia, que es la capacidad de reponernos ante la adversidad, es la capacidad de ver lo bueno dentro de lo malo. Debo reconocer en los profesionales de la salud esta capacidad y adicionalmente, en muchos veo cómo emerge la solidaridad de entregarnos por completo para cuidar, tratar y acompañar en estos momentos difíciles a los pacientes y a las familias que atraviesan por este difícil momento padeciendo esta enfermedad inclemente. Pero hay algo que me ha sobrecogido y es ver cómo, a pesar de llegar al límite de la capacidad asistencial, veo un esfuerzo sobrehumano por instalar e instalar más camas y más equipos de atención para seguir salvando vidas. Hemos sacrificado todo el tiempo con nuestras familias, el descanso y la tranquilidad por darnos por completo a los demás. Esto me genera cada vez más reconocimiento, gratitud y orgullo por cada uno de los profesionales de la salud, las IPS y las EPS que lo están dando todo.
Ojalá dentro de todo este caos, desorden, marchas, protestas, oídos sordos y posturas diversas le diéramos un espacio a la resiliencia y a reconocer que tenemos todos los seres humanos de reponernos ante la adversidad y aprendamos sobre todo lo bueno que se vive hoy entre los profesionales de la salud. Extiendo mi gratitud a cada uno de los colegas que lo está sacrificando y dando todo por salvar vidas.