La semana pasada nos trajo dos noticias relevantes para comentar.
La primera de ellas, el apabullante triunfo de Boris Johnson en contra de todos los pronósticos, de los medios de comunicación, de los laboristas en cabeza de Jeremy Curbin, un clásico socialista laborista inglés quien le hizo la vida imposible a Johnson, al igual que Nancy Pelosi se la hace a Donald Trump.
Según la B.B.C, Johnson llevó a los conservadores ingleses a su mayor triunfo electoral desde 1987 con más de 380 escaños, 50 más de los tenía.
Fue el triunfo más holgado desde la primera victoria de Margaret Thatcher, la dama de hierro, quien junto con Ronald Reagan y el papa San Juan Pablo II acabaron con el comunismo en la Europa de la post segunda guerra mundial.
Johnson se convierte en el cuarto primer ministro conservador consecutivo, todo un record que no se veía desde tiempos de la Thatcher.
Su campaña se basó en un estricto sentido nacionalista abogando por la salida del Reino Unido de la Comunidad Económica Europea, más conocido como Brexit.
Mientras que Johnson salía a votar con su perrita, para el Partido Laboralista fueron los peores desde 1935, alcanzando tan solo 191 escaños, al igual que el Partido Liberal Demócrata.
Mientras tanto, en la Argentina de Cristina Kirchner el pueblo eligió al periodista Alberto Fernández quien de la mano de los K se apoderó del poder utilizando las viejas tácticas peronistas las cuales han conducido al país argentino a los peores lugares de su historia.
Si, llores por mí, Argentina podría ser la nueva parodia que gobernará al país austral por cuatro años más.
No se entiende cómo los argentinos caen de nuevo en el peronismo.
Gran parte de la culpa de la elección de Fernández, la tiene el mismo Macri, quien prefirió a jugar a lo políticamente correcto en vez de formular posiciones claras y concretas desde el comienzo de su mandato.
La ingenuidad del presidente Macri y de quienes lo acompañan en política, tiene en realidad otro nombre menos amable.
Al igual que todo el continente suramericano, Argentina padece la enfermedad crónica de la decadencia sin haber alcanzado algún umbral de prosperidad que la lleve a la cima del poder mundial.
En la medida en que se profundice, aún más, la crítica situación económica y social, no tardarán las protestas de todos, menos los de la cámpora peronista, quien como los vampiros, al igual que los sindicatos colombianos, desangra al estado con el fin de obtener sus reivindicaciones políticas.
El panorama argentino es desalentador.
Es probable que entre en default en el 2020. La depreciación del peso continuará su alza por cuenta de la salida de capitales. El desempleo junto con la inflación llevará al país austral a una crisis económica y social más profunda.
Y, para rematar, con la llegada de Evo Morales, el cocalero, a Buenos Aires, la rebelión en Bolivia tendrá otro cauce.
La lección de Johnson, por lo tanto, es que cuando se fijan posiciones claras y concretas frente a los fenómenos que tanto atañen a la sociedad, esta le responde, como es el caso de Trump, Bolsonaro o Putin.
Puntilla: Bien, lo comentó don Mariano Ospina: Nos encontramos antes la civilización vs la barbarie.