En vísperas de la revolución francesa, ya cuando la marea estaba al alza, Luis XVI en una medida desesperada para apaciguar los ánimos resolvió solicitar a todas las comunas de Francia que plasmaran las razones de su malestar en unos documentos que se conocen como los “cuadernos de quejas” (cahiers de doleances).
Estos cuadernos llegaron a Versalles ya cuando los muros de la fortaleza de la Bastilla estaban siendo derribados, y fue poco lo que pudieron hacer para calmar los ánimos. Hoy en día, sin embargo, constituyen uno de los fondos documentales mas importantes para entender cual era el estado de ánimo del pueblo francés en la antesala de la revolución.
Con los “chalecos amarillos” al presidente Macron parece estarle sucediendo algo semejante. Intentando calmar los ánimos, y dando una muestra de democracia participativa, solicitó también a todas las municipalidades y centros de pensamientos de Francia que enviaran a la presidencia sus “cuadernos de quejas”, creyendo que así iban a sosegarse los espíritus.
Las cosas no han sucedido así, sin embargo. Los “chalecos amarillos” continúan en pie de guerra y el sábado de la semana pasada más de 15 mil se hicieron presentes en borrascosas manifestaciones en casi todas las ciudades. Tal vez las más agitadas fueron las de París donde, una vez más, cometieron excesos nunca vistos, desbordaron a la policía, e incendiaron prestigiosas tiendas y establecimientos célebres como el Restaurante Fouquet de los campos Elíseos, que ha sido históricamente frecuentado por la clase política francesa y por millonarios latinoamericanos. La cremación del Restaurante Fouquet fue, en cierta manera, la incineración de un símbolo de la capital francesa.
Los resultados no se han hecho esperar. El prefecto de policía de París ha sido destituido y se anuncia que quedarán prohibidas las manifestaciones en la icónica avenida de los Campos Elíseos. Las fuerzas de policía han sido severamente cuestionadas y el Gobierno Macron da, ahora, un desesperado giro hacia la política de la mano dura.
Esto que está sucediendo en Francia es imposible no relacionarlo con lo que está aconteciendo en la carretera panamericana en nuestro país, con motivo de la minga indígena y campesina que ya casi por dos semanas mantiene aislado y traumatizado el suroccidente del país.
Como se ha dicho hasta la saciedad, el derecho a la protesta es legítimo; pero también lo es el de quienes no participan en las protestas y que se ven gravemente afectados por el cierre ilegal de carreteras.
La conflictividad social en el país está creciendo y seguramente vamos a presenciar una fuerte escalada en las semanas venideras. El temple y la credibilidad del gobierno Duque se va a ver sometido a una prueba de fuego como está sucediendo en Francia con el gobierno Macron. Su anunciada decisión de no concurrir a la berma de alguna carretera del Cauca, a donde lo han citado los huelguistas para negociar con ellos, es una decisión plausible.
Pero es una decisión que el Presidente tiene que mantener a toda costa. Dar marcha atrás arruinaría su credibilidad. Al mismo tiempo hay que ser conscientes de que es una decisión que se toma sobre un polvorín cuya mecha hasta el momento no apagan ni los $10 billones que para inversiones en la áreas indígenas se ha concertado en el Plan de Desarrollo ni, tampoco, hasta el momento al menos, parecen tranquilizarlos las comisiones de delegatarios negociadores que ha designado el gobierno.
El pulso es delicado pero trascendental. Y quizás nunca se había puesto con tanta evidencia, en Francia como en Colombia, la necesidad imperiosa de compaginar la firmeza con la prudencia en el manejo de los conflictos sociales. Cualquier desfallecimiento en estas dos condiciones puede prender la mecha del polvorín. Como se prendió en Francia hace 8 días en los Campos Elíseos.