Ángel Becassino, director de comunicaciones de la campaña del candidato Rodolfo Hernández, ha explicado que el auge del ingeniero en las encuestas de las últimas semanas se debió a que le dijo a la gente “no lo que ésta quería que le dijeran, sino lo que no había encontrado en el mensaje de los demás candidatos”.
Otros agregarán que lo que se está demostrando en el ajedrez político de la campaña en curso radica en que el mensaje emocional se ha revelado mucho más efectivo que el meramente propositivo.
Quizás todo lo anterior sea cierto: el mensaje emocional le llega por supuesto más fácil a los electores. Pero un candidato serio no puede quedarse allí: tiene que ir a lo propositivo, a lo programático. Y tanto más tratándose de algo tan decisivo como la elección del próximo presidente de Colombia.
Esto resulta evidente sobre todo en el caso de Rodolfo Hernández: su mensaje no puede quedarse en lo meramente emocional. Ni tampoco en dos o tres frases del estilo de “todo es una “robadera”, o la de que la dirigencia colombiana es una “manada de bandidos”.
Los mensajes de los candidatos que van a la segunda vuelta, envueltos o no en un tono emocional, están en el deber irrecusable de ofrecerle a la ciudadanía un análisis completo y detallado de los grandes temas nacionales que tendrá que afrontar al posesionarse. La emotividad no basta.
Sería muy bueno, por ejemplo, que en estas tres semanas que quedan los candidatos y sus equipos técnicos hagan un ejercicio de sumas y restas, y le presenten al país el cuadro completo de lo que vale fiscalmente hablando el conjunto de sus programas de gobierno. Hoy no lo sabemos. Se han presentado muchas propuestas al menudeo, pero parece que nadie se tomado el trabajo al interior de los equipos técnicos de cuantificar el costo fiscal de lo que proponen. Esta cifra es crucial para juzgar si el plan de gobierno de cada uno es realista o fantasioso. Si cabe dentro de las posibilidades fiscales del país o no.
Hecha la gran contabilidad anterior, los candidatos deberían pasar a responder una serie de preguntas concretas, cosa que no han hecho tampoco.
¿Cómo se manejará la situación fiscal del país que el próximo gobierno recibirá muy maltrecha? ¿Seguirá aplicando los parámetros de la regla fiscal o los desechará?
¿Cómo entiende cada candidato la fisonomía de la reforma tributaria que inexorablemente le tocará presentar en los primeros meses? ¿gravará más las rentas de trabajo o las de capital? ¿Se meterá con el IVA en donde están escondidos el 50% de los privilegios tributarios como lo demostró la comisión de expertos hace pocos meses, o esquivará el asunto? ¿O, si alguno cree que no se necesita una nueva reforma tributaria, explicar por qué no?
Hay tres reformas estructurales que al gobierno Duque se le quedaron entre el tintero: la laboral y el empleo, la de pensiones, y la educativa. ¿Cómo las va a afrontar el próximo mandatario?
¿Cuál es la política energética que cada uno de ellos va a desarrollar? ¿Van a seguir acumulando el déficit del fondo de estabilización de combustibles que se estima al final de este año puede llegar a $ 30 billones para mantener el freno sobre los precios o empezarán a desmontar ese gigantesco déficit? ¿Y cómo? (Esta semana el gobierno divulgó un acuerdo con Ecopetrol para empezar a hacerlo. Lo que es plausible).
Y, en fin, hay otros muchos temas que la ciudadanía tiene el derecho de conocer en detalle sobre la manera como los afrontará el gobernante que elegiremos el 19 de junio.
Fedesarrollo acaba de publicar un pedagógico documento titulado ¿Qué hacer en políticas públicas?, en el que pasa revista a 16 temas neurálgicos que el nuevo gobierno debería tener estudiados y desmenuzados al momento mismo de su posesión. Me permito recomendar vivamente este documento a los equipos técnicos de las campañas de G. Petro y R. Hernández.
La emotividad está bien. Pero llegó el momento de agregarle contenidos cuantificados al mensaje de los candidatos. Una campaña presidencial no puede convertirse en una especie de “emoticón” repetido.