Para hablar de paz es imprescindible reconocer, con la mano en el corazón, que si dos personas se enfrentan es porque cada uno está convencido de tener la razón, y, que si ambos están dispuestos a dar la vida por su ideal razón de más. Esto nos dice que ambos tienen algo de verdad -la adecuación de la inteligencia a la cosa- mucha frustración y más dolor.
La historia de la violencia en Colombia muestra que no hemos sido capaces de solucionar nuestras diferencias con señorío y sentido común, lo que nos ha llevado a familiarizarnos con la muerte de la razón, como si la sangre derramada no fuera sangre de hermanos colombianos. No hay conciencia que si en un país la vida humana pierde su valor se trata de un país enfermo, y, peor aún, si por desgracia al final hay un ganador y un perdedor: se habrá derrotado la verdad de la persona humana.
Siendo que lo inteligente sería aceptar que entre dos males lo ético, lo recto, es escoger el mal menor. Que la verdad humana nos está gritando que lo razonable es: comprender no juzgar; que la magnanimidad es el camino de la paz; que desperdiciar cada oportunidad para hacer la paz es una irresponsabilidad: porque no hay forma de saber cuál será la última... Que justicia sin misericordia es crueldad, que el calor de la misericordia atempera la dureza de la justicia. Que es imposible ganar la guerra con las armas, por nuestra geografía montañosa y selvática; por las grandes desigualdades sociales, la corrupción y la ignorancia; por la ausencia real de un Estado que garantice la tranquilidad, la estabilidad, la seguridad, la prosperidad; por la ausencia de una misma justica para todos. Que no vemos la viga en nuestro propio ojo cuando vemos la paja en el ojo ajeno.
El reto está en colocarnos por encima de lo cotidiano, que seamos coherentes con la verdad de la Civilización del Amor, de la que Jesucristo se hace testigo, con su muerte y resurrección. Es sabido que negociar la paz es dialogar: entre iguales, sin condiciones impuestas por una de las partes, de manera que nadie pueda sentirse en desventaja. Es proponerse oír, escuchar, callar, reflexionar, hasta coincidir en lo fundamental común, cediendo en lo adjetivo. Es docilidad, serenidad, madurez, es sensatez.
Dialogar es encontrar paradigmas nuevos; metiéndose en los zapatos de los otros. Dialogar es descubrir los sueños y valores comunes, nuestro patrimonio cultural común. Es a acudir a la realidad de la naturaleza humana, la verdad metafísica. Dialogar es pensar en grande, sin ambiciones estériles o cortoplacistas. Dialogar es ver el futuro con optimismo, sin cobrar cuentas abriendo heridas. Dialogar es que las partes miren juntos el horizonte común, sin mirar atrás, so pena de convertirse en estatuas de sal, amarga. Dialogar consiste es buscar el Bien Común: lo bueno para todos, porque el todo es más que la partes.