La dinámica política se desarrolla conforme a los tiempos y circunstancias. En una nación democrática el Congreso es su principal bastión y lo que ahí suceda influye en el devenir del país, pues se trata del centro de las decisiones nacionales que afectan para bien o para mal la vida del ciudadano.
El ejercicio de la política no son los enfrentamientos ni la imposición mayoritaria de ideas y proyectos sobre otros, es el estudio, análisis y aprobaciones de medidas que beneficien a toda la población. La política son las normas de conducta que rigen a una sociedad orientadas al servicio del bien común.
Entonces vemos una práctica errónea cuando en el Congreso se trazan batallas innecesarias y absurdas debatiendo propuestas, algunas de gran beneficio y otras inconvenientes, pues el ejercicio de la política es el análisis de lo propuesto, el apoyo o rechazo a iniciativas dentro de una discusión objetiva y no de posiciones ideológicas opuestas. Por ejemplo: llevar al Congreso la propuesta de aprobar el aborto sin limitaciones, el libre consumo de drogas sicoactivas como la marihuana públicamente, el matrimonio de parejas del mismo sexo y la eutanasia, entre otros, es un desafuero a la persona humana, pues de ser aprobadas esas leyes se estaría yendo en contra de los principios naturales de la vida, como el derecho a vivir y morir dignamente, a preservar la salud pública y controlar los vicios, al desarrollo natural de la especie humana bajo la unión y reproducción de un hombre con una mujer.
A más de los anteriores ejemplos está también la disposición de servicios obligatorios del Estado para con los asociados como la protección e integridad de las personas y sus familias, la seguridad de sus vidas y bienes, la atención a la salud, el fomento y garantías al trabajo y por supuesto el progreso del país.
Pues bien, la política actual no está girando en torno a esos principios básicos o más bien se está desviando en discusiones inútiles y desgastantes que entorpecen el buen ritmo de la nación. Ahí es donde está el asunto, que quienes son los elegidos para gobernar el país sean conscientes de sus responsabilidades. Ahora, la práctica que primero están los intereses particulares de cada cual en vez de los intereses generales, eso es letal a la política, porque rompe el deber ser de la misma, fomenta la corrupción y destruye la confianza ciudadana.
Es descorazonador ver la inmensa cantidad de gobernantes y políticos acusados, investigados y condenados por corruptos, magistrados de las altas cortes involucrados en sucios negociados, autoridades comprometidas complacientemente con el narcotráfico y negocios oscuros, en fin, esa es la cara oscura de la política , cuando la cara clara también lucha denodadamente por construir un país mejor.
Yo creo en la política, en la democracia, en los líderes de bien y progreso, por eso apoyo aquello que construye positivamente al país sin dejar de luchar con mis actos y escritos por el devenir de una Colombia mejor, el país que nos merecemos nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.