El país político no ha salido de la situación de “calma chicha” en lo concerniente a la terminación del conflicto con las Farc. Y esto, pese a las extensas reuniones entre los representantes del Gobierno y los de las distintas vertientes del No, que, hay que decirlo han estado más activas quizás debido a la sorpresa con el resultado del plebiscito que se les convirtió en una papa caliente.
El punto es que cuando -por la presión especialmente de las marchas juveniles-, se vieron frente a la responsabilidad de presentar alternativas distintas al “acuerdo final” se conocieron las propuestas del Centro Democrático, que así lo disimularan, tenían el propósito de echar por la borda gran parte de lo convenido en La Habana con énfasis en la Jurisdicción Especial de Paz, distanciándose un tanto de las propuestas de las otras vertientes del No.
Ahora bien, no es aventurado afirmar que dada la importancia y necesidad de que se busque una salida expedita para desatascar la paz, a la mayoría de los colombianos lo que les importa es que todas las manifestaciones y posturas que se han oído en el último mes hayan sido sinceras y sin obedecer a intereses mezquinos o electoreros. No obstante, algunos precandidatos presidenciales sutilmente han dejado ver su deseo de demorar la concreción de un “Pacto Nacional”, calculando quizás que podrían asumirlo como bandera en la campaña electoral que se avecina.
Pero en política, en más de una ocasión surgen efectos inesperados, especialmente cuando se actúa con hipocresía revestida de legalidad. Es así como en medio del atasque y la confusión ha venido surgiendo un movimiento cívico, sin colores partidistas, de grandes proporciones. Estudiantes, campesinos, indígenas, desplazados y víctimas del conflicto armado han marchado pacíficamente pidiendo al unísono el “Acuerdo Ya”, sin dilaciones, y aunque en las últimas semanas también entró en “calma chicha”, no ha perdido ni causa justa política y mucho menos vitalidad.
Hacía mucho tiempo que no se observaba un movimiento tan espontáneo, sincero y masivo de la juventud. El “campamento de la paz” con concurrencia permanente y a veces itinerante de cientos de personas instaladas en la plaza de Bolívar, es un signo inequívoco de los propósitos del movimiento. Se trata de un grupo de jóvenes estudiantes e independientes que les están enviando un mensaje al Gobierno y a los partidos políticos; a los mismos que ya no tienen mucho que ofrecerles. En él expresan no solo su vocación inquebrantable de paz, sino el deseo de que Colombia sea un país distinto al que están recibiendo de las generaciones precedentes.
Aquí puede estar la génesis de una nueva forma de ejercer la política mirando esperanzada al futuro y al mismo tiempo diciéndole a las élites políticas algo así como “si no logran la paz, lucharemos por relevarlos del poder en 2018”.