El miedo no se combate a fuerza de razonamientos, así como no se baja de peso leyendo muchos libros sobre dietas y nutrición. La razón se autoengaña al creer que controla todo, las reacciones emocionales se anticipan al proceso mental y nos sorprende el temor a situaciones que creíamos controladas con la lógica del razonamiento.
Llegué al aeropuerto un día después de anunciarse la aparición del coronavirus en Colombia. Intuía que debía estar circulando hace rato, y hasta había escrito una columna sobre el tema, previendo la pandemia de miedo. Pero aun así empezaron los sobresaltos.
Al bajarme del carro vi un viajero con ojos rasgados y me aparté instintivamente, mientras me recriminaba interiormente: ¿Qué me pasa? Yo no soy xenofóbica...
Empecé a recordar la noticia de una periodista del Daily Mail que registró bajo luz UV el lavado de sus manos. Descubrió que, usando jabón, los virus y bacterias se eliminan a los 30 segundos. ¿Durante cuántos segundos me habré lavado yo hoy las manos? Me pregunté obsesiva mientras recordé las críticas a una amiga que, desde hace 20 años, anda con gel antibacterial en la mano, defendiéndose de posibles contagios.
Al acercarme al counter, busqué el más desocupado. La empleada tenía un tapabocas negro. Le pregunté: ¿les autorizaron en la aerolínea usar tapabocas? "El que quiera” -me respondió- o, mejor, "el que pueda, pues no se consiguen". Caí en cuenta que es un personal muy expuesto al contagio, como los enfermeros. Dos días antes había escuchado otra noticia asustadora: el mayor sindicato de enfermeros de EE.UU denunció la falta de preparación para enfrentar el coronavirus. Aseguran que trabajan sin el equipo de protección necesario y carecen de conocimientos sobre la enfermedad. Me pregunté aterrada: ¿Si eso es en EE.UU, cómo será en Colombia?
Evadí la fila de extranjeros pues supuse que viajaban por el mundo entero recogiendo virus. Al llegar a la sala quedaban unas cuantas sillas. Intenté superar el miedo y sentarme, pero no lo logré. Me paré lejos, sabiendo que en pocos minutos estaría apretujada con otros pasajeros en el avión. Mientras tanto, un hombre hablaba por teléfono con un amigo en Italia y le decía, entre serio y divertido y a todo pulmón: “¡Ya nos llegó! ¡Ya nos llegó!”
En la fila de abordaje escuché un hombre que tosía. ¡Es casi imposible escapar del propio miedo! Me tranquilicé al escucharlo hablar con sus amigos. Eran un grupo de músicos centroamericanos trasnochados, que carraspeaban, tratando de aclarar la garganta.
Recordé que muy joven, después de cubrir, como reportera, la explosión del vuelo de Avianca en Soacha, sufrí de pánico a volar. Pero lo había superado. ¿No conseguiría ahora vencer el miedo a la invasión de virus?
Al sentarme quedé al lado de unos turistas norteamericanos. Respiré profundo y me puse gel en las manos, mientras observaba caminar por el pasillo del avión a un hombre que traía un tapabocas azul ostentoso, que le combinaba con su elegante atuendo deportivo. Parecía otro extranjero pero, al quitarse las gafas, la boina y el tapabocas descubrí que era un famoso diseñador colombiano, tan asustado como yo.
En el vuelo pensé que vivimos como si jamás fuéramos a morir, tal vez por eso deidificamos cualquier cosa, creemos controlarlo todo y no sabemos cómo defendernos de un enemigo invisible.