Los seres humanos, somos complejos. Sí, muchas veces también complicados. Reconocer nuestra complejidad es fundamental para alcanzar la paz.
¿Qué tanto guerreamos con nosotros mismos? La pregunta tiene implicaciones profundas, pues compromete a nuestros egos, complejos por naturaleza. Nuestras guerras interiores, esas que posiblemente vivimos en silencio, son originadas en las maneras inconscientes desde las que reaccionamos a lo que nos pasa. Podemos luchar contra nosotros mismos porque no somos lo suficientemente exitosos, no tenemos un gran número de likes en las redes sociales y creemos que sin logros que mostrar no somos dignos de amor; peleamos con nosotros mismos porque nos comparamos por abajo y pensamos que somos insuficientes, hundidos en la melancolía; nuestra guerra puede tener que ver con nuestras propias imperfecciones, que no podemos aceptar y proyectamos hacia los otros.
Otra guerra puede estar originada en el miedo a equivocarnos y a que nos castiguen por nuestros errores, que ocultamos a como dé lugar; también puede pasar que seamos territoriales y, por andar conquistando lo ajeno, emprendamos guerras sin sentido; nuestra guerra interior puede tener que ver con no reconocer nuestras propias necesidades y esperar que los demás las adivinen, algo que quién sabe si ocurra. Otros tres escenarios de confrontación interior se relacionan con no darnos a nosotros mismos lo que necesitamos, evadir el dolor natural de la vida o no ocupar nuestro propio lugar. Por supuesto, estas guerras son inconscientes: ¡y he ahí el problema! Mientras no las hagamos conscientes, no las podremos resolver.
Hoy es domingo de Resurrección. Nuestras propias resurrecciones pasan por estar en paz con nosotros mismos, por darnos cuenta de cuáles son esas guerras que nos atraviesan por dentro y que se manifiestan en el afuera. Desde la complejidad de nuestros egos -que tienen múltiples causas, múltiples formas de reacción y múltiples maneras de revelarse- podemos creer que el origen de nuestros problemas está afuera: en el jefe que nos oprime, el politiquero que nos roba, la pareja que nos traiciona, el victimario que nos martiriza. Sí, todo ello existe y puede ser real.
Sin embargo, si estamos sintonizados con nuestra armonía interior, no nos encontraremos con ese jefe ni esa pareja, como tampoco tendremos nada que ver con el politiquero ni el victimario. Y si llegase ese encuentro a corresponder, podremos identificar no solo por qué ocurre sino también para qué sucede.
Estar en paz con nosotros mismos es asumir la responsabilidad total de nuestras vidas. Claro que hay condiciones objetivas que nos complican la vida; pero, si no trabajamos nuestra subjetividad, no identificamos ni trabajamos nuestras complejidades y echamos culpas afuera, no podremos construir nuestra propia paz. Si cada quien lo hace, la paz será colectiva.
@edoxvargas