El Dux Iván, considerando los daños que la pandemia está causándole a la población de este país, ha decidido, en ejercicio de sus excepcionales facultades, restringir la libertad de las gentes hasta cuando la salud pública no lo exija y, por ello, restringe el tránsito de las gentes por las vías públicas y la visita a los establecimientos del mismo carácter, para evitar la contaminación colectiva del coronavirus. La coacción de estas órdenes se concreta en los comparendos de las autoridades del ramo, cuya consecuencia se sintetiza en multas que muchos contraventores no tienen con que pagar y, contrariamente, la depresión y la ira los invade.
Naturalmente, a simple vista, al Gobierno le asiste una razón, no obstante, analizada la situación que se vive a raíz de este padecimiento el susto es alarmante; la alteración emocional es mucho más grave que el virus que se supone derrotar con esas imaginadas medidas.
El estudio del fenómeno tiene un punto de partida elemental. Basta, simplemente, observar el trastorno que a los animales afecta el hacinamiento en el zoológico. El encierro que limita su libertad afecta su natural temperamento, la mezcla estimula su agresividad avivando sus instintos de legítima defensa. Es un fenomenito que se observa, incluso, en los corrales ecuestres.
Pues bien, esto es algo que, igualmente, ocurre en los seres humanos cuando se encuentran enclaustrados en virtud de una ajena voluntad. Se desata una perturbación emocional que se traduce en estrés y la rebelión energúmena. Entonces, se concreta todo en lo que se califica como “fobia” forjada por la crisis.
Perder el control emocional causa ese disturbio del corriente bienestar vital y se exageran las conductas con exceso de intensidad: ansiedad abrumadora, furia, agitación suicida, abandono de la conciencia estable, pérdida del sentido del humor, nacimiento del odio. El miedo aterra y tropieza la racionalidad y, como en los animales, según el comentario inmediato, es el instinto primario el que gobierna la voluntad del hombre. Son estas afirmaciones sostenidas en las tesis expuestas por dos autoridades psicoanalistas: Freud y Lacan y que se invocan ahora por lo que está sucediendo.
Ciertamente, a raíz del “aislamiento preventivo obligatorio” decretado por el Ejecutivo, la angustia desborda el equilibrio y se mezcla con la fobia, un sentimiento de miedo e ira que desequilibra la conducta. Para que se pueda “mirar con optimismo y no con triunfalismo” el encierro de las gentes, lo aconsejable no es divulgar los terrores que intimidan en exceso; la terapia, se supone por la experiencia, es recrear los ánimos y el señor Dux debería antes que alarmar con petulancia, producir distracción alegre y políticamente a los medios de comunicación sugerírseles esas programaciones que estimulan alegrías, impactos que desbaratan las excitaciones negativas del límbico -aparato que regla las emociones en el cerebro- y , por el contrario excitan la sonrisa y el buen ánimo. Ojala que escuchen esto los directores del teatro público y el pupilo del gato con botas.