Estos son los sentimientos que experimento tras el triunfo electoral de Gustavo Petro: un duelo por elaborar, una extraordinaria desconfianza por vencer y un abrirme a la reconstrucción de Colombia, con generosidad, como ciudadana empoderada y mujer de fe. ¿Cómo? Escuchando, abriendo el corazón sin entregar principios, desacomodándome y dispuesta a defender la verdad y la democracia. Hoy, paradójicamente, me siento más ciudadana que nunca.
Creo que todos estos sentimientos que se agolpan y quieren salir a borbotones necesitan de un amplio espacio de silencio. Silencio de cada elector consigo mismo en la plaza pública vacía de su universo interior. Es una conversación a solas con el Dios que nos habita, el mismo que pretendieron utilizar para que tomara partido en campaña y dejarnos sin referentes.
Yo, personalmente, salgo fortalecida como ser humano y empoderada como ciudadana. Me siento parte viva de mi país y corresponsable en la misión de sanar heridas, pero también experimento profundas sensaciones de desconfianza en quienes asumirán el poder y no estoy dispuesta a dejarme manipular de muchos de los llamados "líderes de opinión", expertos en explotar nuestras pasiones. Ya son varios a los que no leo, no veo y no escucho. Quiero estudiar para comprender las nuevas realidades de una sociedad en transformación. Aprender nuevos alfabetos para decodificar el cambio.
Son muchos los sentimientos. Me referiré a algunos. ¿Por qué da tanto coraje? Porque los referentes morales, los que llaman ahora al diálogo, se erigieron y se hicieron visibles como efigies monumentales de antivalores. Basta repasar el nauseabundo escenario de basura que quedó esparcido en la plaza pública moderna que son las redes. Quedará para la historia de la sociología.
Se propinaron muchísimas heridas personales que quedaron abiertas. Esas no se curan con palabras de unión, vacías de verdad y originadas en la necesidad imperante de gobernabilidad. Suenan a cantos de sirena.
Presidente Petro: la reconciliación, de la que necesitamos desesperadamente, necesita otros referentes, otros liderazgos. No me ha gustado nunca usar nombres propios y me cuesta no hacerlo hoy. Pero, los que hoy llaman al gran Acuerdo Nacional no pueden ser los de su primera línea política donde hay oportunistas, tránsfugas, vengadores, expertos en manipulación sicológica, vividores, traficantes de la política y periodistas embriagados siempre del poder de turno. Estos diálogos, liderados por una de las partes que combatió usando la ofensa personal, serán diálogos consigo mismos, que servirán seguramente para la segunda versión del gobierno Santos. Haciendo propaganda en nombre de la Paz, intentarán dejar tendido al opositor.
Quiero trabajar por la verdadera reconciliación de Colombia, pero no a cualquier precio, ni liderada por malabaristas del engaño. Es hora de derribar pedestales de barro. De este lado estamos millones de ciudadanos que, aunque nos resistimos a su llegada al poder, hoy queremos que le vaya bien a usted para que le vaya bien a Colombia, pero no al precio de claudicar en nuestra dignidad de país democrático y con valores enraizados en nuestras entrañas. Hoy, más que nunca defenderemos nuestras creencias y valores y ya no será de manera vergonzante, como nuestra fe y el respeto por la vida desde el vientre materno.
Mucho por escuchar y mucho por aprender en este momento de nuestra historia. Depongamos los egos para poder buscar lo mejor de nosotros mismos y trabajar unidos por una Colombia digna donde quepamos todos.