Desigualdad y política
La afirmación de Sandel sobre que “la política contemporánea le presta poca atención a la desigualdad…” se comprobó en los debates de nuestros candidatos presidenciales. Si bien se han referido a la disminución de la pobreza y el desempleo, y han hecho importantes propuestas en educación, el tema específico de la desigualdad se ha ignorado, sin caer en la cuenta de que ella horada las sociedades latinoamericanas y en especial la colombiana. La secuela de miseria, desarraigo, marginalidad, falta de oportunidades, son la causa principal de la debilidad de los regímenes democráticos. Para colmo, los proyectos concretos que pretenden combatir la desigualdad siempre son influidos o caen en manos de agentes del sector financiero cuyo objetivo, por supuesto, es la ganancia.
En reciente foro de Semana y Banco Agrario sobre “Desarrollo rural integral en Colombia: una propuesta estratégica”, se planteó la necesidad de que el Estado y la empresa privada elaboren conjuntamente soluciones que se adapten al entorno rural y a las particularidades de la precaria producción agrícola. Se observó cómo las microfinanzas están diseñadas para el pequeño empresario urbano y los altos costos no han permitido su aplicación en las zonas rurales. Son demasiados los problemas de los agricultores, por la falta de vías, por la comercialización sin mercados permanentes, por las semillas, por la calidad de los productos, por el cambio climático, por los ciclos de cosechas que no permiten pagar a tiempo los créditos, etc.
La pobreza en Colombia ha sido persistentemente una pobreza rural. Modificar esa situación exige trabajar en dos direcciones: mejorar el acceso de los campesinos a la tierra y más calidad y cobertura de los bienes y servicios públicos en el campo. Como lo indicó el estudio del CEDE sobre Equidad y Eficiencia Rural en Colombia, la concentración de la propiedad es alta y el arriendo de parcelas es casi inexistente. Eso explica la mayor parte de las desigualdades rurales. En el mismo sentido opera la informalidad de la propiedad, que impide utilizar ese activo como respaldo para las operaciones económicas.
Cuando se tocan estos temas es hoy obligatorio mencionar al “nuevo Marx” quien, con su libro El Capital en el Siglo XXI, ha hecho saltar de sus asientos a los ortodoxos de la economía. Thomas Pikkety sostiene, entre otras cosas, que el retorno promedio sobre el capital supera la tasa de crecimiento de la economía,lo que haría incompatible al capitalismo con la democracia y la justicia social. Son reflexiones nada ajenas a esta columna desde donde hemos denunciado múltiples veces que la captura de la democracia por el capitalismo salvaje ha conducido al empobrecimiento de la mayoría y a la acumulación de riqueza por los menos. Por eso clamamos para que el Estado le dé prioridad a la lucha contra la pobreza. Es la Democracia el sistema más joven de Gobierno y no hay otro mejor para remplazarlo. A pesar de sus propios males, hay que preservarlo.